El hijo único y la madre viuda

La mayoría de las personas conocemos de una manera  más o menos cercana alguna familia de este tipo: una madre viuda y su hijo único como miembros de la familia. Nosotros que estamos familiarizados con la Biblia, hemos leído, reflexionado y predicado muchas veces el texto que habla de esta situación como el caso de la madre viuda de Naín que ruega a Jesús tras la muerte de su hijo único (Lc 1,11-15). Pues, en mi caso, hoy me ha sorprendido la misma situación, pero, al revés: la muerte de una madre viuda que tiene un hijo único.

Precisamente hoy, -escribo esta reflexión el día 8 de febrero de 2018-, en la residencia de mayores Claret de Granada, ha fallecido una mujer viuda que tenía un hijo único. La madre que estaba enferma en la residencia, era visitada periódicamente por el hijo. No sé exactamente qué edad tenía, pero sí que era ya avanzada. Y, ahora, este hijo se ha quedado sólo, sin otra familia y sin amigos ni compañeros. Ha venido sólo para la misa funeral de su madre y para llevarla al cementerio.

Tras tener algo de información de la situación en nuestra comunidad, algunos hemos decidido estar en el funeral. Así, hemos estado algunos claretianos y trabajadores de la residencia para acompañar al hijo en la Eucaristía, que es la mejor ofrenda y acción de gracias que podemos hacer en este momento. Ha sido una sensación muy fuerte la  que he experimentado en relación con la muerte de esta persona. He visto que nadie lloraba más a la madre que el hijo. No había muchas flores ni gente para dar el “pésame”, excepto los que estábamos allí, que no somos familia “de sangre”. Sí; esta situación humana me ha impactado.

Pero claro, no podemos quedarnos allí. Nuestra fe en la vida, palabras y obras, también en la muerte y resurrección de Jesucristo nos une en el amor, que es el mandamiento más grande que nos pide Jesús: “amaos unos a los otros como Yo os he amado”. Así, nos hemos sentido como hermanos de ese hijo único que ha perdido a su madre, su única madre. Y por supuesto, nuestra fe en la vida y fraternidad en Cristo, va más allá de la muerte corporal.

Jesús resucitó al hijo de la viuda de Naín. Nosotros no podemos resucitar a la mujer,  pero sí sabemos que se mantiene “resucitada” de alguna manera en la memoria viva y en el corazón del hijo. Su madre sigue viva con él aunque de otra manera. Le sigue acompañando con su oración desde más allá de este mundo -que es también más acá- mientras esperamos juntos la última venida de Jesucristo. Cuándo y cómo, no sabemos. Pero sí que, mientras, debemos acoger al hijo como dijo Jesús desde la cruz: “Mujer, ahí tienes a tu hijo (…), ahí tienes a tu Madre. Y desde aquella hora, el discípulo la acogió en su casa”.

Somos sus hermanos y hermanas, como los que estaban debajo de la cruz de Cristo, acompañándole…

Seguro que más allá de este espacio que me encuentro, hay muchos casos como este… Muchas muertes y mucha soledad… pero también mucha vida y fraternidad. Os invito a rezar por ellos en primer lugar… Es lo que podemos hacer desde nuestra posición y lugar donde nos encontramos. Dedícales unos minutos del silencio…

Tomas M. Joustefen, cmf

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