Una Voz que me dice… Mc 3, 20-25

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«Una voz que me dice…»

(S. A. Mª. Claret. Autobiografía 114)

PRÁCTICA DE LA LECTIO DIVINA EN GRUPO

10 de Junio de 2018: X Domingo Tiempo Ordinario

Disposición espiritual.

Haz silencio, exterior e interior. Invoca al Espíritu Santo con esta u otra oración: ¡Oh Señor Jesús!; te pido la alegría de comprender puramente tus palabras, inspiradas por tu Santo Espíritu. Amén.

Texto: Mc 3, 20-35

1. Lectura (lectio). Lo que el texto dice

Lee y relee tranquila y detenidamente este pasaje bíblico fijándote bien en todos los detalles. Descubre sus recursos literarios, las acciones, los verbos, los sujetos, el ambiente descrito, su mensaje. Tras un momento de silencio descubrimos juntos qué dice el texto.

Ni los familiares de Jesús, ni los maestros de la ley comprende lo que hace y dice Jesús. Para contárnoslo, Marcos elabora un relato en tres partes que guardan relación entre sí; el regreso a casa (Mc 3,20-21), la disputa con los maestros de la ley (Mc 322-30) y las palabras de Jesús acerca de quienes constituyen su verdadera familia (Mc 3,31-35).

Comenzamos por el centro. Los maestros de la ley acusan a Jesús de estar poseído por el demonio. La respuesta a esta calumnia es un breve discurso con dos comparaciones y una declaración de condena. Como véis, en las comparaciones no recurre a difíciles conceptos teológicos, sino al sentido comun. Y la declaración de condena es rotunda: todo se va a perdonar a aquel que quiera ser perdonado; pero a quien calumnie a Jesús, a quien diga que las obras que hace por el Espíritu de satanás, jamás se le perdonará

Los familiares aparecen al principio y al final del relato. Hemos de tener en cuenta que en la cultura judía la familia era la institución más importante y cada persona era comprendida en el conjunto familiar al que pertenecía. Hacer algo incorrecto, abandonar la casa, cometer un crimen…, conlleva el deshonor de la familia. Popr eso los familiares de Jesús, que no entienden lo que hace, piensan que está trastornado e intentan que vuelva a la casa familiar. La respuesta de Jesús, gesto y palabra, apunta a una nueva familia que no se rige por las convenciones culturales del judaismo.

Nos fijamos, para terminar, en la importancia que tiene la palabra “casa” en el texto. La casa de Satanás, la casa familiar, la casa de Jesús. La primera, la construida por los maestros de la ley para Jesús, por los que no aceptan la acción del Espíritu. La segunda, la casa de una cultura anclada en el pasado, la de unos familiares que no han comprendido la novedad del Reino. Y finalmente, la “casa”, esa con la que se abre el relato y que es expresión de la nueva fraternidad formada por todos los que siguen a Hijo de Dios.

Los discípulos dejan padre u profesión; Jesús no se deja acaparar por el pueblo ni por su anterior familia… Nosotros hoy que meditamos este pasaje y deseamos formar parte de la fraternidad en torno a Cristo Jesús, seguimos siendo interpelados por su palabra exigiente y llena de vida: felices los que cumplen la voluntad de Dios.

 

2. Meditación (meditatio). Lo que el texto me dice

Permite que lo leído baje hasta el corazón y encuentre en él un centro de acogida donde pueda resonar con todas las vibraciones posibles. Es Dios mismo quien te atrae y te habla al corazón. Se trata de una “rumia” -ruminatio- que va haciendo que la Palabra vaya calando dentro, hasta quedar del todo hecha carne propia. Déjate seducir por la Palabra. Sigue sus hondos impulsos. Quédate con algún verso o frase.

Como aquella gente que estaba con Jesús, nosotros sentimos esa mirada que nos declara familiares suyos. La palabra que hemos leído nos ayuda a reflexionar acerca de nuestra condición de hermanos de Jesús. Esta nueva fraternidad afecta a nuestras relaciones con Jesús y con los hombres y mujeres de nuestro tiempo, y nos invita a comtemplar la historia con renovada esperanza.

  • Los maestros de la ley dicen que Jesús está poseído por un demonio. Sus familiares, que está loco. No han comprendido. ¿Qué decimos nosotros de Jesús desde lo que hemos leído en el evangelio?

  • ¿Quéaspectos de la esperanza cristiana sugeridos por el texto iluminan nuestra vida?

  • La antigua casa llena de convencionalismos culturales deja sitio a la nueva fraternidad bajo la autoridad del Padre Dios. Qué nos dice esta imagen del Reino que esperamos?

3. Oración (oratio). Lo que yo digo a Dios y lo que Dios me dice a partir del texto.

Habla ahora a Dios. La oración es la respuesta a las sugerencias e inspiraciones, al mensaje que Dios te ha dirigido en su Palabra. Haz silencio dentro de ti y acoge las palabras de Jesús en tu corazón. Ora con sinceridad con confianza. Orar es permitir que la Palabra, acogida en el corazón, se exprese con los sentimientos que ella misma suscita: acción de gracias, alabanza, adoración, súplica, arrepentimiento… Es el momento de la celebración personal y comunitaria. Sobre todo, deja hablar a Dios nuestro Padre. Practicando estas palabras, terminarás por transformarte en El

Nuestras relaciones con Jesús y con los demás adquieren una dimensión nueva en términos de faternidad. En el seguimiento del Hijo, establecemos con él y con los demás creyentes no sólo lazos de amistad o de simpatía, sino de comunión. Viviendo junto a él aprendemos del Maestro a cumplir la voluntad de Dios. Orando al Señor hablamos con un hermano. Desde esa intimidad con Jesús le damos gracias y le pedimos por la nueva familia humana.

ORACIÓN compartida

Concluimos cantando unidos el Padre Nuestro.

4. Acción misionera (actio). Hágase en mi según tu palabra

Todo encuentro con el Señor de la vida, presente en su Palabra, culmina en la misión. Hay que cumplir la Palabra, para no ser condenado por ella. La Palabra, si se ha hecho con sinceridad los pasos anteriores, posee luz suficiente para iluminar nuestra vida, y fuerza para ser llevada a la práctica. El fruto esencial de la Palabra es la caridad. Deberíamos acabar pronunciando las palabras de la entrega misionera del profeta ante el Señor, que pide nuestra colaboración : “Aquí estoy, envíame” (Is 6,8). María, tras escuchar la Palabra y darle su aceptación, se puso en camino (Lc 1,39).

– “El que cumple la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. ¿Qué compromisos nos sugiere el pasaje que hemos leído?

No hay ritos antiguos, derechos adquiridos…, que nos incorporen a la familia de Jesús. Sólo una exigencia: cumplir la voluntad de Dios. ¿Cómo se hace presente esto en mi vida? ¿De qué manera vivo pendiente de escuchar, discernir y cumplir la voluntad de Dios?

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