Sobre amigos y enemigos

Hay dos preguntas que, alguna vez en la vida, todos nos tendríamos que hacer y, por supuesto, responderlas con sinceridad: ¿Por qué tenemos enemigos? ¿Cómo nacen nuestros verdaderos amigos? Los amigos y los enemigos son las personas que más nos ayudan a crecer, aunque tantos los unos como los otros no son mayoría entre las personas con quienes tratamos. Pero hemos de mimar inteligentemente nuestras relaciones con ellos.

Respondiendo a la primera pregunta podemos deducir que una buena dosis de antipatías viene originada por nuestro propio comportamiento. No debemos desestimar nunca esa advertencia. Los otros no son mis enemigos, sino que soy yo su enemigo. Hay que ser lo suficientemente humildes y perspicaces para reconocer en nosotros esa cierta maldad de intenciones, o nuestras obstinadas ideas, o ese desprecio arrogante del otro que crea una atmósfera cargada de energía negativa, o esas reacciones con las que les damos miedo…. Cosas así son las que nos vuelven repelentes y hostiles. Estas cosas nunca deberíamos imputárselas al otro. Nuestras enemistades, por tanto, suelen ser en cierta medida resultantes de un demérito nuestro. Es decir, atraemos sobre nosotros una justa reacción negativa por causa de nuestra mezquindad que, o nos pasa inadvertida o la arrinconamos por incómoda. ¿No decía Jesús que “Los enemigos del hombre serán los de su propia casa” (Mt 10,36)? Miremos pues, hacia dentro.

Vayamos a la segunda pregunta sobre el origen de los amigos. Con frecuencia, la amistad que otros nos ofrecen suele ser un regalo inmerecido. Es una auténtica suerte encontrarnos con personas de una generosidad sorprendente. Nos acogen sin haber hecho nada para merecerlo. Nos salen gratis. Nos atienden y escuchan, están pendientes de nosotros, nos ofrecen confianza y compañía, alegran nuestra vida, nos ayudan y sostienen. Lo saben todo de nosotros, conocen incluso nuestras sombras y debilidades y, sin embargo, nos siguen queriendo de verdad como somos. Todos somos capaces de actos buenos que merecen la recompensa del afecto. Pero, siempre terminamos decepcionando. Afortunadamente existe la gratuidad, la grandeza de ánimo, capaz de cubrir con un manto de generosidad nuestra propia mezquindad escondiéndola y colmándola de comprensión y de dulzura.

¿Cómo hacer para invertir en amistades? Nos puede servir para empezar este hecho. El mundialmente famoso psicólogo B. F. Skinner comprobó, mediante experimentos, que premiando la buena conducta los animales aprendían más rápido y retenían con más eficacia que castigando su mala conducta. Estudios posteriores probaron lo mismo aplicado a los seres humanos. La crítica nunca provoca vínculos positivos duraderos, y con frecuencia crea resentimiento. Tanto como anhelamos la aprobación, tememos la condena. Moraleja: «Si queremos recoger miel, no demos puntapiés a la colmena».

Juan Carlos cmf

(FOTO: Juan Pablo Donadías)

 

Start typing and press Enter to search