Sin darnos cuenta

Es fácil encontrarnos con personas que se declaran arreligiosas y que, con independencia de lo que eso signifique para ellos, exhiben en sus conductas una extraordinaria altura ética. Se convierten en auténticos modelos y ejemplos para quienes nos sentimos creyentes. Ellos resuelven de manera existencial lo que Albert Camus planteaba como pregunta sin respuesta: “¿Cómo ser santos sin Dios? Este es el mayor problema de la vida”.

Todos deberíamos no solo ofrecer el homenaje de nuestro mayor respeto a personas así, sino explicitar positivamente nuestra admiración hacia ellos. La mayoría de nosotros nos encontramos con otras dificultades que nos impiden, o acaso ralentizan, el camino de nuestro crecimiento humano y espiritual. Uno de ellos es la falta de atención especialmente a las cosas pequeñas de la vida de cada día. Vivimos distraídos y dispersos

Desde el momento en el que no advertimos los pequeños pasos que damos “hacia abajo” … nos precipitamos al desplome. Ese es, sin duda, el drama de la vida espiritual en estos tiempos en que disponemos de infinidad de artefactos que atrapan nuestra atención y determinan nuestros intereses, horarios y estilos de vida.

Porque normalmente no nos desviamos por un gesto de violencia extrema, o un grave delito o un traspié superlativo. No suelen ser frecuentes. En absoluto. Nos ocurre algo más plano y pedestre. Se trata de esa inadvertencia imperceptible del gota a gota. Una reiteración de acciones con las que aparentemente no pasa nada y que son fácilmente excusables: Una pequeña mentira dicha por miedo, un pequeño hurto causado por una necesidad real o imaginada, una curiosidad obscena y secreta, una falta de lealtad a la palabra dada, la dejación de un compromiso menor pero vinculante… Al excusar este tipo de conductas con automática facilidad por su baja catadura moral, la dejación va debilitando nuestra conciencia moral para desviarnos progresivamente de la verdad y del bien. A veces, ¡ay!, de manera irreversible.

Una persona no se vuelve inmoral de manera consciente y voluntaria. No se rompe un constructo ético con un portazo. Los desvíos ocurren de manera más sutil y silenciosa, bajo la forma de somnolencia, de banalización, de insensibilidad hacia el bien real. Con ello la voz de la conciencia se hace insonora y nebulosa.

Juan Carlos Martos cmf

(FOTO: Bud Helisson)

 

 

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