No es ésta una película para quienes busquen en el cine solo entretenimiento. Lo aviso desde el principio. La sordidez de la historia, la mirada sobre los personajes, la gelidez de los ambientes, el pesimismo de sus conclusiones, no parecen razones para animarse a dedicar dos horas a verla. Sin embargo, merece la pena detenerse en el retrato de una sociedad deshumanizada, egoísta, pendiente del propio bienestar y bastante ajena a sentimientos como bondad o compasión. Los hechos narrados por el realizador Andrey Zvyagintsev suceden en una ciudad rusa que transmite frialdad en sus edificios heredados de la época soviética y en el frío que rezuman los lagos helados y las calles nevadas. También podrían suceder en otros muchos lugares. Porque los sentimientos (o la ausencia de ellos sería más propio) que describe son desgraciadamente universales.

Una pareja está a punto de divorciarse. Ambos han iniciado ya una nueva relación para olvidar lo antes posible la vida en común que han vivido. No se soportan, se insultan. Todo ello ante la mirada y los oídos de un hijo de unos doce años, que asiste horrorizado al espectáculo que sus padres le brindan cuando llega a casa. Todo estalla cuando constata que ninguno de los dos tiene intención de asumir su cuidado, no vaya a ser que les fastidie sus planes de la nueva vida cómoda que han iniciado. A partir de aquí se inicia el drama que ocupará el resto de la película. El niño desaparece. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde se encuentra?

Los padres inician la búsqueda del chaval, denuncian su desaparición a la policía, acuden a los hospitales y depósitos de cadáveres… Paralelamente, subrayan la imposibilidad de un mínimo de cercanía entre ellos. Sin amor retrata lo que su título declara.

Estos últimos días he estado ocupado en unas sesiones de formación con profesores y, entre otros asuntos, hemos valorado lo importante que es para hallar el sentido a la vida encontrar razones que nos muevan a confiar en los demás. Uno de los personajes de la película confiesa a su pareja (precisamente la deshumanizada madre del niño desaparecido) que “sin amor no se puede vivir” mientras escucha el relato de su vida decepcionada, desnortada y sin sentido: un matrimonio impuesto por las circunstancias, un embarazo no deseado, un hijo despreciado y emocionalmente maltratado. El reconocimiento de su ingratitud y los errores cometidos no la lleva al arrepentimiento; más bien, analiza su vida pasada como una pesadilla de la que quiere salir, sin importarle las consecuencias de su decisión para quienes la han compartido con ella durante años.

Formalmente, en muchos momentos de la película predomina el claroscuro, largos planos en los que sus personajes hablan, confesando sus quimeras, sus proyectos de un bienestar propio que estallan ante ellos, aventurando con pesimismo la futura repetición de lo mismo.

Antonio Venceslá, cmf

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