Hace un rato leía que en Estados Unidos y Reino Unido, ciertas revistas especializadas de psicología o psiquiatría suelen publicar los miedos más comunes de sus respectivos países. Los resultados varían, pero, sea cual sea la fuente consultada, hay una serie de temores compartidos en la cultura occidental. Uno de los más comunes es hablar en público, un temor casi inexistente en ámbitos rurales o países en vías de desarrollo. Volar es otra de las grandes fobias de la población de los países desarrollados. Le siguen el miedo a las arañas y a la oscuridad… La lista se alarga más. Lo que resulta más curioso es que estas estadísticas revelan que las principales fobias responden a cosas que difícilmente van a suceder a la mayor parte de la gente. Si son fenómenos improbables, ¿por qué se temen?

Hablar del miedo es mencionar a una realidad que llevamos muy prendida dentro. Los analistas reconocen que, en su raíz más profunda, el miedo es uno solo: el miedo a la muerte. Este colosal mecanismo de advertencia nos pone en alerta ante cualquier cosa que, de forma real o meramente imaginaria, aparezca como una amenaza para nuestra vida. Es uno de los rostros de nuestro instinto de supervivencia.

Sus tentáculos alcanzan hasta la experiencia religiosa. Son muchos los que tienen miedo a Dios,… ¡a pesar de la ola laicista que nos envuelve! De entre estos miedosos hay quienes se le acercan pidiéndole protección y hay quienes, en cambio, huyen de Dios en el intento de no caer bajo sus terribles castigos. En unos y otros se dan dos errores: una distorsión lamentable en su manera de concebir a Dios y, además, una falta de destreza para elaborar sus temores.

¿Qué decir, en pocas líneas, sobre los miedos? Ante todo, que es inútil neutralizarlos empleando la sola razón o la fuerza de voluntad. La elucubración y el voluntarismo son absolutamente inermes frente a una emoción tan poderosa como el miedo. La única vía de escape está en reconocerlo y afrontarlo con la certeza de estar acompañados de alguien más fuerte y que nos ama incondicionalmente. Curiosamente la expresión “Yo estoy con vosotros”, -tan repetida en la Biblia (unas 366 veces) y en la liturgia eucarística- sea capaz de generar en quien la pronuncia con atención la certeza de poder pasar por encima de los miedos, con la seguridad de hacerlo amparados por el Señor.

Juan Carlos Martos, cmf

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