Los miserables

Victor Hugo publicó Los miserables, considerada por los especialistas su obra más importante y una de las cumbres de la novela del siglo XIX, en 1862. En ella traza una radiografía de la sociedad de su tiempo en clave moral, ofreciendo un retrato de infinidad de personajes que son un compendio de virtudes y defectos, grandezas y miserias, posibilidades y limitaciones: Jean Valjean, el obispo Myriel, la joven Fantine y su hija Cosette, el joven Marius, entre otros ejemplifican la cara positiva de la naturaleza humana; por otro lado, el inspector Javert o el matrimonio Thénardier son su reverso oscuro. Victor Hugo ubicó la parte culminante de la historia en un París oprimido por la desigualdad donde un sinfín de miserables se levantan contra la autoridad reivindicando justicia y dignidad.
Muchos años después, tras varias versiones cinematográficas y televisivas de la novela, el realizador francés de origen maliense Ladj Ly nos ofrece una película titulada igual que, aunque no se inspira en sus contenidos argumentales, si tiene muy presente la propuesta moral ofrecida por Victor Hugo.
En Los miserables, la película, asistimos al transcurrir de la vida cotidiana, crispada y llena de violencia, de un barrio del extrarradio parisino, que nos es familiar por otras producciones que se desarrollan en idéntico contexto. Son múltiples los protagonistas, aunque la historia se detiene especialmente en tres policías, encargados de mantener la paz, una paz ficticia y apenas sostenida con alfileres, en el barrio, donde malvive un grupo humano multirracial, con presencia de traficantes de droga e islamismo radical, y donde tienen también protagonismo los niños y adolescentes que sin futuro pelean cada día por su supervivencia.
Uno de los policías acaba de incorporarse a la unidad y conserva el sentido ejemplar que ha de tener el trabajo que desempeña. Es honrado, decente y respetuoso. Aún cree en el sentido de lo que hace y entiende que tiene una misión de salvaguarda de la calma en medio del caos que se infiltra en las calles y los insalubres edificios del barrio. Los otros dos policías llevan varios años en la unidad y afrontan su tarea de un modo prepotente, pretendiendo apagar el fuego del resentimiento con el combustible de su autoritarismo. Unos sucesos casuales, casi una travesura infantil, provocan una espiral de violencia que estalla y convierte el barrio en el escenario de una batalla, en la que se enfrentan en un lado, los miserables hartos de imposiciones que se rebelan contra sus maltratadores y en el otro, otros miserables que también sufren las consecuencias de un sistema sin racionalidad ni futuro.
Al terminar la película Ladj Ly inserta unas palabras que Víctor Hugo incluye en su novela: “Amigos míos, retened esto: no hay malas hierbas ni hombres malos. No hay más que malos cultivadores”. La ausencia de maniqueísmo es una de las señas de identidad de Los miserables. Todos cuantos intervienen en los hechos narrados son víctimas olvidadas por el Estado. Las circunstancias en que trabajan o viven les obligan a abandonar sus sueños, rotos por la triste realidad que les rodea. No queda claro si el final de la película propone una salida esperanzada o todo queda sumido en la más agria desolación.
En todo caso, los dardos de esta recomendable película van dirigidos contra las condiciones sociales que provocan tal angustia que estalla en violencia. Y ahí podemos encontrar el lazo que une sus imágenes con las desventuras de los protagonistas de la novela.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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