Llama a tu puerta

El evangelista Juan escribió una de las frases más famosas de la historia humana: “El Verbo se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros” (Jn 1,4). En la esfera del mundo donde acampan los hijos y las hijas del hombre, Dios se abrió paso entre las sombras y reclinó su Verbo entre pañales. Desde su primera Navidad peregrina de incógnito de casa en casa, llamando a cada una de nuestras puertas para que lo invitemos a nuestra mesa y poder compartir sus misteriosas riquezas. Necesitamos ojos nuevos para reconocerle, dado que ha tomado la costumbre de viajar siempre de incógnito y de parecer siempre… otro.

Dios podía obligar a los seres humanos a obedecer como hacen los girasoles que se mueven buscando mecánicamente la luz del sol. Pero precisamente como no nos ha creado como girasoles, sino que nos ha hecho libres, Él está dispuesto a que le digamos “no” cuando llama a nuestra puerta e incluso a que le rechacemos de malos modos y con cajas destempladas. Ya le pasó desde antes de nacer: “Vino a su casa, y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11)… “porque no había sitio” (Lc 2,7). Lo siguen olfateando nuestros villancicos:

Madre, en la puerta hay un Niño

más hermoso que el sol bello.

Parece que tiene frío

porque viene medio en cueros.

La puerta mantiene un gran valor simbólico no solo en Navidad. A ella vienen a llamar hoy también mendigos, extranjeros y también conocidos, buscando quizás solo un poco de comprensión y de calor. Lamentablemente, quizás con algo de razón, nos hemos vuelto desconfiados, hemos blindado las puertas y reaccionamos con recelo. Solemos estar enredados en asuntos demasiado importantes –‍o eso creemos‍– como para prestar atención a desconocidos. Y así, muchas veces ignoramos que pasa Él en persona, escondido bajo los disfraces de quienes golpean la puerta de nuestra vida.

Lo más grave es que esas puertas cerradas también cerrarán, probablemente, las puertas de nuestro interior: resistencias, prejuicios, cautelas, miedos… Presionados por nuestras supuestas e incontables ocupaciones aseguramos no tener posada… ¡ni para nosotros mismos!

Deberíamos aprender de la tradición judía. Los buenos judíos dejaban entornada la puerta de casa durante la cena pascual, para que, si viniese el Mesías, encontrase su puerta abierta y acogedora; y si no, que pudiera entrar un pobre trayendo la misma luz que el Mesías.

Juan Carlos cmf

(FOTO: Jan Tinneberg)

 

Start typing and press Enter to search