La epidemia de la salud mental

En el verano pasado el jugador de básquet Ricky Rubio, un mago del baloncesto, se dio de baja antes del mundial. Un serio revés para la selección. Antes le afectó muchisimo la muerte de su madre en 2018, luego sufrió dos graves lesiones de rodilla. En su comunicado anunció su retirada temporal «para cuidar su salud mental».

Anteriormente, en el año 2021 y durante las Olimpiadas de Tokio, Simone Biles, considerada como la mejor gimnasta del mundo, se retiró «por un ataque de ansiedad» a la par que denunciaba la gran presión sobre las estrellas del deporte. Y seguro que no son los únicos, pero no figurarán en las portadas de la prensa.

¿Sufrían realmente un problema de salud mental o estaban atravesando una mala racha personal? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que en el próspero Occidente se han disparado los supuestos casos de salud mental. Se están publicando estadísticas que aseguran que «el 40% de los españoles sufren una mala salud mental».

¿Se han disparado las enfermedades mentales de manera exponencial o estamos más bien ante un equívoco terminológico? Parece que se está llamando «depresión» a la infelicidad de siempre, un estado por el que todos los seres humanos hemos de pasar de modo inevitable, porque la vida está llena de agobios profesionales, desamores, conflictos con los hijos y los padres, reveses económicos, duelos, imprevistos, enfermedades… Tal es nuestra endeble condición. Lo que ocurre ahora es que la infelicidad ha pasado a medicalizarse bajo el nombre de «problema de salud mental».

Antaño, cuando venían torcidas las cosas, apretaban los dientes y seguían adelante. Pero en esta era del victimismo y el narcisismo preferimos achacar nuestros problemas a una causa exterior. Por supuesto que existen las enfermedades mentales, como la esquizofrenia, los trastornos bipolares o maníaco-depresivos, y deben ser tratadas con máxima diligencia y profesionalidad clínica. Pero no se debe etiquetar cualquier bajón de la vida como un «problema de salud mental». No hay que banalizando los que sí lo son y requieren un atento tratamiento médico.

La fe cristiana lee bastante mejor la naturaleza humana. La Biblia y los Evangelios sí ven nuestra frágil realidad cómo es. Señalan que el mundo es un valle de lágrimas, que somos falibles y pecadores, que aquí no existe la dicha completa y que solo la redención de Jesucristo nos concede la posibilidad de una felicidad plena después de muertos.

A algunos les parecerá un cuento pueril que toca superar. Pero a otros nos parece errado y simplista es instalarse en la quimera de que una ideología será capaz de regenerar y hacerlo feliz en la tierra. Y si la cosa no acaba de funcionar, pues nada: «problema de salud mental» y farmacopea y charlatanería psicológica new age al canto.

Por supuesto: merecen toda la atención y respeto las personas que sufren auténticos problemas de salud mental, que lo pueden pasar horriblemente mal y deben ser atendidos por profesionales. Pero hay que contar la historia entera de esta supuesta epidemia de «salud mental». Porque existe el deprimido de baja que estaba tan grave que aprovechó la tesitura para completar su tesis doctoral. También he oído de casos de deprimidas de baja que en pleno sufrimiento certificado subían a su Instagram «happy» fotos haciendo turismo por el mundo adelante con una sonrisa de oreja a oreja.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Robina Weermeijer)

 

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