La desgana y el aburrimiento constituyen una sensación de aversión ante una determinada obligación. En cierto sentido va vinculada al tiempo: cómo llenarlo, cómo emplearlo. Por eso encontramos muchas expresiones populares que hacen referencia a esa forma apática de llenar el tiempo como “matar las horas” o “pasar el rato”. Existe toda una industria del entretenimiento que pretende convertir ese tiempo vacío en un producto de consumo.

La pereza, hija natural de la desgana, existe. Un chascarrillo chispeante atribuido al cómico norteamericano Groucho Marx la retrata: “Éramos tres y trabajamos como un solo hombre. Es decir, dos de nosotros estaban simplemente holgazaneando”. En las antípodas de la laboriosidad y de la diligencia se encuentra este vicio capital de la pereza, denominado en la tradición monacal, también como acedia. Reconocemos fácilmente sus síntomas: dejadez amorfa, desidia descorazonada y triste, “garbana” la llaman en algunos pueblos… extendida en mayor o menor porcentaje en nuestros grupos sociales.

Si vamos más allá en nuestras observaciones llegamos a distinguir dos variantes que matizan ajustadamente el concepto. Aunque parezcan lo mismo, no es igual:

  • No tener que hacer nada: no estar obligado, ni necesitado; estar libre, contar con tiempo libre, para poder hacer otras cosas (leer, pasear, salir con amigos…). Propiamente eso no es pereza.
  • No tener nada que hacer: Es aquella desocupación o inactividad que manifiesta una carencia de objetivo o propósito. Si no se trata de una situación circunstancial sino estructural, ésta sí que es “madre de todos los vicios”, como decían los clásicos.

Es esta última la tradición cristiana la considera como un grave peligro espiritual. Porque no es simplemente una flojera física, sino una parálisis del espíritu que impide salir de la mediocridad. Es una vorágine gris que apaga los anhelos más profundos del alma… Nada tiene que ver con el “dolce far niente” -tan necesario e imprescindible en ocasiones- entendido como descanso de quien ha llevado a cabo con esfuerzo una empresa o un trabajo y necesita reparar sus fuerzas.

Enseña el catecismo que “contra pereza, diligencia”. Diligencia significa amor o interés por algo; interés que despierta una motivación positiva para actuar… Un médico, un conductor de autobús, un panadero… lo necesitan. Si, por el contrario, actuasen con desgana y desinterés podrían ocasionar irreparables perjuicios para la salud de los demás a causa de su negligencia. Vale para esas situaciones de peligrosa desgana -en la que alguna vez nos podemos encontrar- la advertencia de san Pablo: “Despertad del sueño… La noche está avanzada y el día se acerca” (Rom 13, 11-12).

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Charles Deluvio)

 

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