Los hermanos Jean Pierre y LucDardenne vienen abordando desde hace años en sus películas las situaciones vitales de quienes (mal)viven en una Europa que se olvida de aquellos que, por condición social, origen cultural o étnico, apenas pueden disfrutar de las ventajas de una sociedad avanzada. La promesa, Rosetta, El niño, El silencio de Lorna, Dos días, una noche, entre otras, ofrecen historias de supervivencia, de personas lastradas por sus necesidades, aspirantes a una vida mejor.
La chica desconocida no desmerece de la lista anterior, aunque tal vez no ofrece el tono incisivo que han sabido imprimir a otras películas. Expliquemos por qué.
Una joven médico trabaja (y vive) en un centro de salud del extrarradio de una ciudad belga. Es metódica y competente. Rigurosa pero también cercana y comprensiva. Trata a los pacientes con delicadeza y muestra sincera preocupación por ellos. Es una mujer vocacionada a dedicarse a la medicina y a los más menesterosos. Un día, al final de la jornada, cerrado ya el consultorio médico, suena el timbre. En un intento de que los demás comprendan que también ella necesita descansar, decide no atender la llamada. Al día siguiente se entera del descubrimiento del cadáver de una joven en las cercanías. Rápidamente nos enteramos que se trata de la joven a la que no atendió la noche anterior. A partir de aquí, tal vez movida por su mala conciencia, comienza una investigación para descubrir quién era, cómo se llamaba. No se trata tanto de descubrir al asesino, como suele ser frecuente en tantas películas. En este caso no importa eso. Más bien, la narración se centra en la tozudez de la joven médico que insiste a diestro y siniestro para conseguir los datos necesarios que le ayuden a desentrañar el enigma. Incluso corriendo algún riesgo que puede poner en peligro su integridad. No es ninguna heroína. En algún caso siente miedo. Pero sigue empeñada en su investigación. Y todo ello, sin dejar de recibir enfermos en su consulta o visitarlos en sus casas.
Decía que quizá La chica desconocida no tiene el tono incisivo o reivindicativo de otras películas de los hermanos Dardenne. Ciertamente, al final queda un poso de denuncia de situaciones que maltratan a las personas, pero no adopta una postura explícitamente desarrollada. Su mensaje es la actitud de la protagonista. Su vida sencilla y entregada deviene una metáfora crítica de la desigualdad. Y todo ello, envuelto en una forma sencilla, sin angulaciones preciosistas o movimientos de cámara espectaculares. Tampoco se escucha música en todo su metraje. Solo quiere que centremos nuestra atención en lo esencial: en la bondad de su protagonista y las penalidades de quienes buscan sobrevivir a cualquier precio.
Antonio Venceslá, cmf