La buena acogida

Acoger es un arte. Cualquiera percibe de inmediato si hay disposición a la acogida en el otro. Como también advierte si molesta, o si tiene que hacer un esfuerzo acelerado por acomodarse a las normas del lugar y de las personas que están allí donde llega. Los mensajes suelen ser percibidos de manera clara: “eres bienvenido” o bien “molestas y te tendrás que amoldar”. Y se emiten sobre todo por vía no verbal, por gestos, miradas, presencias, distancias o ausencias. Las palabras pueden venir o no después.

Dan pena los que presumen solemnemente de defender el crucifijo y luego ignoran, o lo que es peor, insultan a los desconocidos, emigrantes, extranjeros … calificándoles de indeseables que llaman a las puertas, o de delincuentes potenciales que ponen en riesgo la paz social. Ese mismo Hombre crucificado fue el que dijo claramente: “Lo que hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis. Lo que dejasteis de hacer a uno de estos pequeños, conmigo dejasteis de hacerlo”. Y para evitar equívocos nos dejó una lista suficientemente detallada: extranjeros, desnudos, enfermos, presos (Mt 25, 31-46).

En esa línea, la Regla de San Benito recoge líneas tan sugerentes como la de hacer una reverencia ante el huésped que llega al monasterio o se despide, y lo razona con estas contundentes y evangélicas razones:

“Cuando saludéis a un huésped, mostrad gran deferencia. Cuando llegue y cuando marche, haced una inclinación con la cabeza ante ellos, honrando a Cristo que está en ellos. Acogiendo al huésped, acogéis a Cristo”

La afirmación de la presencia del Señor en el que sufre es una potente fuente de espiritualidad. Una espiritualidad, obviamente encarnada, que hay que desempolvar y ejercitar. Es fácil invitar a un amigo para una fiesta. A pesar de que no sea tan sencillo como se piensa porque convidar a alguien es encargarse de su felicidad mientras permanezca bajo el propio techo. Pero, aún así, es más difícil acoger a un anciano, comer con un desconocido, iniciar una conversación con un extraño, visitar a un enfermo, platicar con un pesado inoportuno, ir al encuentro de quien nos necesita… Conviene no olvidar lo que está registrado en la Carta a los Hebreos (Heb 13, 2): “No olvidéis la hospitalidad, pues gracias a ella algunos hospedaron sin saberlo a ángeles”. Y se refería nada más y nada menos que a Abraham, nuestro padre en la fe. Porque la buena acogida es una ejercitación de caridad ciertamente, pero también de fe.

Juan Carlos Martos cmf

(FOTO: Catholic link Español)

 

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