La adulación es un elogio exagerado e interesado que se hace a una persona para conseguir un favor o cualquier tipo de gratificación. Es algo muy distinto de la educación, del agradecimiento, incluso de un excedido reconocimiento a quien debemos la vida, o la ayuda en un momento difícil o un favor muy grande.
La adulación es en el fondo una táctica manipuladora. No es un halago neutro y gratuito. Suele esconder intenciones torcidas: bajo una alabanza o un comentario positivo encubre un interés camuflado. A todos nos encanta que nos digan lo buenos que somos y lo bien que lo hacemos todo. Es un sentimiento natural. Pero tras halago falaz viene una petición que difícilmente se puede rechazar. Uno puede defenderse de los ataques; contra el elogio se está indefenso.
Cuando te lanzan una palabra positiva, si te niegas a lo que te piden, quedas mal. ¿Eres una persona de éxito, estás en alza, eres rico, diriges un negocio, eres un canalla pero astuto? Pues no te va a faltar una corte de admiradores dispuestos a extender delante de ti la alfombra roja, a alabar tanto tus virtudes como tus vicios, a esperar de ti una “propina”. Pero si después te niegas a hacer lo que te solicitan, entonces ya no serás tan bueno y la otra persona se decepcionará. Y de manera automática se instalará en ti un sentimiento de culpaque te instará a hacer lo que el otro quiere. Es lo que se pretende.
¿Eres honesto pero pobretón? Estate seguro que tendrás por compañera tu conciencia y, todo lo más, a las personas que de verdad te quieren. Eso sí, nunca contarás con una masa de aplaudidores que celebren tu honestidad moral.
Es una ley constante: Echar mano de la manivela de la adulación, de los granos de incienso, de las alabanzas desmedidas y dudosas… convierte a quien lo hace en un cretino. Porque la adulación es manjar de los estúpidos, por más que resulte casi siempre gustosísimo.
Las personas con una baja autoestima necesitan este tipo de adulaciones. Las perciben como un reconocimiento de sus méritos porque viven de la aprobación ajena. Son los mejor predispuestos a caer en su terrible trampa.
Como cristianos admiramos el modo de ser de Cristo: Nunca buscó el elogio fácil, ni se dejó manipular, ni creó redes de dependencia con aquellos a quienes favoreció. Era limpio de corazón, gratuito, sin doblez, sin doblarse ni a halagos ni a desprecios. Era un hombre libre y consistente.
Solo nos vemos libres de ese miserable defecto si, como Jesús, nos mostramos transparentes, sin caretas; si no mendigamos reconocimientos y, a la vez, no nos mostramos serviles; si no tenemos como única regla de juicio nuestro propio interés, si preferimos alabar exclusivamente el buen gusto, la verdad, el bien. Solamente.
Juan Carlos cmf
(FOTO: pventura)