10 de Junioi 2018. Mc 3, 20-25
“Soy un incomprendido. Nadie me entiende” Esto podría decir Jesús en lo que hoy nos cuenta el evangelio de san Marcos: “Jesús volvió a su casa y se juntó tanta gente que no le dejaban ni comer”. Eran muchos los que querían ver sus milagros y oír lo que decía. Pero su misma familia no lo tenía claro: “querían llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales”. Más aún, los letrados y entendidos le acusaban de “echar los demonios con el poder del mismo demonio”. Ya decía Jesús que ningún profeta es bien recibido en su tierra.
Jesús les invita a escucharle y les aclara su incongruencia: ¿cómo va a luchar contra sí mismo? Y es que ellos se niegan a reconocer que es el mismo Dios quién actúa. No quieren reconocer la verdad. No es Belcebú quién actúa, sino la fuerza del Espíritu. Se niegan a aceptar lo evidente. Y esto es una blasfemia contra el Espíritu. Esto no se puede perdonar. Ellos mismos se excluyen del perdón de Dios.
Nuestra posición, evidentemente, no es como la de los escribas y letrados, pues reconocemos que con Jesús se ha hecho presente el Reino de Dios. Pero también debemos preguntarnos si en ocasiones no nos estamos pareciendo a ellos. Tenemos tendencia a juzgar a los que no piensan como nosotros, incluso a no reconocer sus valores. Los rechazamos. Y es nuestra propia debilidad la que nos lleva a no cumplir nuestro compromiso cristiano. En el bautismo renunciamos al mal y nos comprometimos a hacer el bien. Estamos llamados a colaborar con Jesús en su lucha contra el mal. Contamos con la fuerza de su Espíritu. Si lo aceptamos y vivimos, seremos la familia de Jesús.
Juan Ramón Gómez, cmf