Yo, Daniel Blake

Varios directores europeos vienen realizando desde hace años películas que ponen en cuestión los pretendidos beneficios del llamado Estado del bienestar. Los hermanos Dardenne, en Bélgica, Robert Guédiguian, en Francia, Fernando León de Aranoa, en España, o Ken Loach, desde Gran Bretaña, trazan historias que acercan a nuestra mirada el drama de personas que malviven entre la lucha de un presente inhóspito y desesperado y un futuro mejor. Fijamos nuestra mirada hoy en la última producción dirigida por Ken Loach, merecedora de la Palma de Oro del festival de Cannes en 2016. Junto a su guionista habitual, Paul Laverty (esposo de la realizadora española Iciar Bollaín, que podría incluirse también en la relación de directores mencionados), nos invita a acercarnos a la realidad vivida por muchas personas en nuestro continente, más allá de encendidos elogios de progreso y bienestar.

Yo, Daniel Blake (el título parece una declaración de principios) relata la odisea de un carpintero cercano a los sesenta años que, convaleciente de una dolencia cardiaca y siguiendo el consejo de los médicos que le recomiendan que no se incorpore al trabajo hasta su total recuperación, deambula por oficinas de empleo demandando un subsidio que le permita sobrevivir. Solo encuentra dificultades, trabas burocráticas, rigideces y legalismos que ponen a prueba su paciencia. En su camino se cruza con una madre soltera con dos hijos que también vive una situación difícil a causa de las disposiciones de los servicios sociales. Ambos intentan sobrellevar con el apoyo mutuo que se brindan las penurias y dificultades que encuentran cada día. A lo largo del metraje vamos acompañándoles en diversas situaciones y escenarios: los organismos oficiales, el banco de alimentos (donde asistimos a una dura secuencia que testimonia la situación de quienes no tienen acceso a los beneficios del progreso), el supermercado, las calles de una ciudad fría por las que Daniel Blake transita buscando trabajo, cosa que hace ante el riesgo de ser sancionado, ya que le consideran apto para el mercado laboral… Las necesidades económicas aprietan y empujan a los protagonistas a tomar decisiones, difíciles unas, arriesgadas otras, con el fin de atisbar un poco de luz en una existencia gris y controvertida. Ken Loach continúa indagando en su última película en los dramas vitales de tantas personas que no pueden disfrutar de los beneficios de una sociedad opulenta para unos pocos, y llena de carencias para muchos. Yo, Daniel Blake es cine de denuncia que merece verse; un acercamiento al paisaje vital de un hombre bueno que se reivindica como un ser humano, digno y depositario de respeto y derechos que merecen ser tenidos en consideración.

Antonio Venceslá, cmf

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