El compartir que traemos hoy a esta sección es especial. Porque le damos la palabra a San Antonio María Claret, que también en este caso, se convierte para nosotros en inspiración y estímulo de esta dinámica tan oportuna que nos hemos propuesta en esta sección de la página web como es compartir vida y crecer en cordialidad.
Una comunión de vida transferible.
Y es que, el padre Claret, también sintió el pudor de comunicar una experiencia muy personal suya… concretamente la que fue quizá, la más importante de su relación con la Eucaristía cuando le fue revelado, en la Granja, que la presencia del Sacramento se conservaba en su cuerpo de una comunión a otra.
De hecho él mismo intentó borrar estas líneas de su Autobiografía en las que narraba lo que le había sucedido, quizá por discreción. Pero sucedió lo contrario; fue avisado de que confirmara el hecho; eh aquí cómo lo cuenta:
“En el día 16 de mayo de 1862, a las 4 1/4, estando en oración se me ocurrió lo que en el día anterior había copiado aquí respecto del Santísimo Sacramento del día 26 de agosto del año pasado. Yo ayer pensaba borrarlo, y hoy también; la Santísima Virgen me ha dicho que no lo borrase; y después en la Misa me ha dicho Jesucristo que me había concedido esta gracia de permanecer en mi interior sacramentalmente” (Autobiografía, n. 700).
Yo pienso que se trata de un don muy personal pero que tiene un mensaje para nosotros; quizá por ello recibió el aviso de lo alto para que no lo borrase. Es el colofón de toda una vida de apóstol.
En realidad, el efecto principal de la Eucaristía es que nos hace ser Dios por participación. Nos diviniza… La Eucaristía tiene la finalidad de hacernos Dios, mezclando la carne vivificada por el Espíritu Santo y vivificante de Cristo con la nuestra; nos diviniza en el alma y en el cuerpo; nos hace, por lo tanto, Dios.
El padre Claret se dio cuenta de la grandeza del don.
Ahora bien, Dios no puede estar más que en Dios. Por eso la Eucaristía hace entrar al cristiano que se alimenta de ella dignamente, en el seno del Padre, coloca al hombre en la Trinidad, en Jesús.
Al mismo tiempo, se puede añadir que la Eucaristía no hace esto solamente con un hombre, sino con muchos los cuales, siendo Dios, no son muchos sino uno. Son Dios y todos juntos están en Dios, son una sola cosa con Él, están perdidos en Él. Esta realidad, que se consuma, es la iglesia.
Claret, era consciente de ello y de hecho el comentario que hace va en esta línea y es precioso:
“En efecto, al que comulga bien le sucede lo que a la barra de hierro que se mete en la fragua, que se convierte en fuego; sí, asimismo queda endiosada el alma que comulga bien: El fuego al hierro le quita la escoria, la frialdad natural, la dureza, y le pone tan blando que lo llega a derretir, y se amolda al gusto del artífice”.
… Y en otro momento es más explícito en su experiencia:
“Después de la misa estoy medía hora [en] que me hallo todo aniquilado. No quiero cosa que no sea su Santísima voluntad. Vivo con la vida de Jesucristo. El, poseyéndome, posee una nada, y yo lo poseo todo en él. Yo le digo: ¡Oh Señor, Vos sois mi amor! Vos sois mi honra, mi esperanza y mi refugio. Vos sois mi gloria y mi fin. ¡Oh amor mío! ¡Oh bienaventuranza mía! ¡Oh conservador mío! ¡Oh gozo mío! ¡Oh reformador mío! ¡Oh Maestro mío! ¡Oh Padre mío! ¡Oh esposo de mi vida y de mi alma!” (Autobiografía, n. 754).
Sus expresiones son magníficas e indican la grandeza del don:
“¡Oh Padre mío!, tomad este mi pobre corazón, comedlo, así como yo os como a Vos, para que yo me convierta todo en Vos. Con las palabras de la consagración, la sustancia del pan y vino se convierte en la sustancia de vuestro cuerpo y sangre. ¡Ay Señor omnipotente! Consagradme, hablad sobre mí y convertidme todo en Vos” (Autobiografía, n. 756).
Es una experiencia excelente que Jesús y María le obligaron a comunicarla, quizá para que nos convenzamos que lo que le sucedió, no fue un desahogo de una persona devota de la Eucaristía, si no una realidad mística y profundamente teológica transferible a cuantos quieran considerarla y hacerla suya.
Leandro Fanlo, cmf