La (im)posibilidad de tener hijos por métodos naturales es una cuestión importante. Hay muchas parejas para quienes esa situación conlleva angustia y preocupación. Y muchos recurren a métodos que la ciencia médica ha ido desarrollando en las últimas décadas. En 1978 el nacimiento de Louise Brown, mediante técnicas de reproducción asistida, supuso un punto de inflexión en la medicina y en las expectativas de muchas parejas que hasta entonces no veían solución a sus demandas de ser padres.

Vida privada es una película que nos invita a entrar en la vida de una pareja (que no tiene nada de privada como iremos viendo a lo largo de las dos horas que dura) que, pasados los cuarenta, desean ansiosamente tener un hijo. No les vale la adopción. Lo quieren salido de sus entrañas, biológicamente propio. Y en busca del bebé deseado acuden a una clínica para someterse a un tratamiento que les permita cumplir su sueño. Las cosas no resultan como desearían. No estoy haciendo spoiler, porque el verdadero meollo de la película no es tanto el éxito o no de los intentos, cuanto las reacciones y, sobre todo, los desvelos por mantenerse firmes en sus propósitos y fieles a ellos mismos.

Podríamos pensar que Vida privada plantea los dilemas morales que suelen venir aparejados al uso de estas técnicas y sus consecuencias. Pero no sucede así. Rachel y Richard, la pareja protagonista, no emplean ni un fotograma en plantearse la deriva moral de sus pretensiones. Y quienes les conocen y saben de su nada privado deseo tampoco les reprochan nada desde esa clave. Les apoyan, hablan con naturalidad de lo que sucede, también ellos lo hacen, y todo parece formar parte de una normalidad asumida que consiste en conseguir lo que desean si técnicamente es posible, no si es moralmente aceptable o reprobable.

Y sucede, por otra parte, que Vida privada es una comedia. No estamos ante un drama brumoso y existencial. Es un simple vehículo que provoca sonrisas en más de un momento. Porque la amoralidad de la propuesta anula la reflexión y no estimula observar lo que vemos desde otro prisma. Se trata de pasar un rato de diversión, disfrutando eso sí de la calidad de las interpretaciones, sobre todo de los dos protagonistas. En el desarrollo de la historia intervienen otros personajes que interactúan con ellos, y se producen situaciones diversas que en ningún caso adquieren una entidad de profundidad y rigor.

El plano que pone punto final a la película nos termina de congraciar con sus protagonistas que finalmente provocan empatía por su fragilidad y su firme esperanza, que no se rinde a pesar de los engaños.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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