¿Víctimas o santos?

¿Cuándo somos víctimas y cuándo estamos dando de verdad la vida por los demás? Vistas desde fuera, las dos conductas son iguales y pueden confundirse. Para distinguir a la una de la otra el único criterio certero es el verificar no la conducta externa sino escrutar la actitud interior.

  • Una persona es una víctima cuando alguien le arrebata su vida o bienes que son muy preciosos para ella, como pueden ser la salud, la integridad física, el tiempo, sus propiedades, etc.
  • Por el contrario, actúa con una virtud desinteresada cuando entrega esos mismos bienes y otros…, libremente, sin engaños ni presiones por parte de nadie. Esa actitud santifica.

Jesús mismo es quien mejor ilustra esta diferencia. En el momento en que se preparaba para la muerte, ofreció libremente su vida y renunció en consecuencia a sus propios derechos movido solo por la salvación de la humanidad. Repetía una y otra vez como un mantra: “Nadie me quita la vida. Yo la doy libremente” (Jn 10, 18).

Debemos aprender este ejemplo que nos da Jesús de un amor que se niega a sí mismo voluntariamente hasta la muerte por amor. Pero, ¡ni el Evangelio ni la Iglesia fomentan el victimismo! El sacrificio -y en última instancia el martirio- no es objeto de una elección voluntarista. O es fruto del amor o no sirve de nada, como diría san Pablo.

Todos asumimos en alguna ocasión ambas posturas. Nadie escapa de las injusticias de la vida y nadie, excepto un completo monstruo, pasa por la vida sin anteponer alguna vez las necesidades de otras personas a las suyas propias.

El desafío del evangelio consiste en pasar de víctimas rencorosas a donadores gozosos. Es cierto que la palabra «amor» ha sido tan utilizada que ya no dice mucho. Debemos, pues, comprender que el verdadero amor -en el fondo, el único amor verdadero- es aquel que está dispuesto a sacrificarse por el bien de los demás. Y ello lleva el coste del dolor, el coste de la cruz.

¿Me hago la víctima? ¿Me entrego de corazón? Son dos preguntas que podemos rumiar en este tiempo de cuaresma. Nos las debemos formular delante de Jesús, a quien no podemos esconder los rincones de nuestra alma.

Jesús no fue una víctima amargada: eso lo dejó muy claro en el huerto de Getsemaní y nuevamente ante Pilatos: Decidió entregar su propia vida. Fue una decisión libre, hecha por amor. Nadie te puede arrebatar por la fuerza lo que tú no des libremente.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Javardh)

 

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