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«Una voz que me dice…»
(S. A. Mª. Claret. Autobiografía 114)
PRÁCTICA DE LA LECTIO DIVINA EN GRUPO
9 de Septiembre de 2018: XXIII Domingo Tiempo Ordinario
Disposición espiritual.
Haz silencio, exterior e interior.¡Es el Señor quien nos visita con su Palabra, para tratar amorosamente con nosotros, como un Padre con sus hijos! ¡También nos habla, mediante la palabra de los hermanos, para sentirnos Iglesia! Invoca al Espíritu Santo con toda sinceridad, con la certidumbre de ser escuchado. Que el Espíritu te ilumine, te fortifique, te guíe y te consuele. Revele y encarne en ti el gran misterio de Cristo, presente en su Palabra.
Oración: Señor Jesucristo, envía tu Espíritu Santo sobre nosotros y haznos comprender las Escrituras inspiradas por él; concédenos interpretarlas de manera digna para que saquemos provecho. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Texto: Mc 7, 31-37
1. Lectura (lectio). Lo que el texto dice
Lee y relee tranquila y detenidamente este pasaje bíblico fijándote bien en todos los detalles. Descubre sus recursos literarios, las acciones, los verbos, los sujetos, el ambiente descrito, su mensaje. Lee también lugares paralelos que cualquier Biblia te ofrece, ayúdate de algunos instrumentos exegéticos, algún diccionario bíblico etc. Tras un momento de silencio descubrimos juntos qué dice el texto.
Para comprender el evangelio de hoy no debemos perder de vista el del último domingo. La relación con Dios no se basa ya en ritos de pureza externos, sino en un Corazón bueno y esta novedad genera también un modo original de relacionarse con las personas. Se superan las fronteras del pueblo de Israel y esto da lugar a una comunidad de creyentes abierta y universal. Si no hay alimentos impuros tampoco hay personas impuras. Y la mentalidad judía consideraba como tales a los extranjeros, de modo que quien entraba en su casa, comía en su mesa o tenía contacto físico con ellos quedaba manchado. Pero a Jesús no le importa saltarse estas normas con tal de que su salvación alcance a todos.
Por eso Jesús, después de discutir sobre costumbres y alimentos puros e impuros con los fariseos y letrados y de instruir a sus discípulos y a la gente sobre el mismo tema, extiende provocativamente el anuncio del evangelio a algunos territorios extranjeros. En Tiro y Sidón cura a la hija endemoniada de una mujer pagana (Mc 7,24-30) y luego, en la Decápolis, realiza el milagro que hemos leídodonde se resalta muy intencionadamente el contacto personal y físico entre Jesús y el sordomudo.
Ciertamente la curación así descrita se asemeja a las sanaciones llevadas a cabo por otros sanadores del mundo pagano de las que tenemos constancia a través de antiguas narraciones de milagros. Las coincidencias que presenta con ellas son llamativas: Jesús se lleva al enfermo a un lugar retirado, introduce los dedos en los oídos, humedece con su saliva la lengua paralizada, levanta los ojos al y suspira implorando la ayuda divina y manifestando su compasión. Tras la orden: «Ábrete», se produce la curación.
Es justamente el último versículo del relato el que nos ayuda a comprender la novedad de esa curacion que podría pasar por una de tantas. Tras las palabras «Todo lo ha hecho bien», resuena el estribillo del Génesis en el momento de la creación: «Y vio Dios que era bueno”. Jesús no es un curandero más cuanto él hace es signo de la presencia salvífica que con su poder abre los oídos para que oigan y entiendan verdaderamente lo que Jesús es y hace, y suelta las lenguas para que lo proclamen a todos.
De este modo el sordomudo al que Jesús cura se convierte en símbolo de las gentes paganas que en otro tiempo no podían escuchar la voz de Dios ni responderle con la albanza. Jesús ha inaugurado un pueblo nuevo donde nadie es marginado por su raza o cultura y todos pueden escuchar y alabar a Dios. Y es símbolo también de los discípulos que no terminan de entender a Jesús a quien le está resultando verdaderamente difícil abrirles ojos y los oídos para que le comprendan. También a nosotros el Señor nos ha espabilado y dado una lengua de discípulo para que descubriendo su presencia amorosa la anunciemos a todos los pueblos.
2. Meditación (meditatio). Lo que el texto me dice
Permite que lo leído baje hasta el corazón y encuentre en él un centro de acogida donde pueda resonar con todas las vibraciones posibles. Es Dios mismo quien te atrae y te habla al corazón. Se trata de una “rumia” -ruminatio- que va haciendo que la Palabra vaya calando dentro, hasta quedar del todo hecha carne propia. Déjate seducir por la Palabra. Sigue sus hondos impulsos. Quédate con algún verso o frase.
El sordomudo también nos representa a nosotros, que queremos entender y crecer en nuestra fe. Como él, cerramos muchas veces los oídos a la Palabra de Dios que viene a Iluminarnos y pegamos la lengua al paladar, incapaces de comunicar a otros la Buena Noticia. Abramos ahora los oídos de nuestro corazón a la Palabra que hemos proclamado hoy.
Por lo que se refiere a la fe: Los gestos y las palabras con los que Jesús cura al sordomundo, ¿cómo te ayudan a profundizar en el misterio de su persona? ¿Qué rostro de Dios nos revelan?
A veces son muchas las «sorderas» y «mudeces» que nos impiden acoger el evangelio y ser sus testigos. ¿En qué medida me siento identificado con el sordomudo del evangelio cuando pienso en mi proceso de fe? ¿Qué trabas y bloqueos me han impedido responder a lo que el Señor me pide?
En cuanto a la esperanza: La curación del sordomudo viene a colmar simbólicamente las esperanzas de Israel. ¿Qué esperanzas despierta este evanangelio en mi vida? ¿Cómo puedo ser sembrador de esta esperanza en ambientes que no han oído hablar nunca del evangelio de Jesús?
3. Oración (oratio). Lo que yo digo a Dios y lo que Dios me dice a partir del texto.
Habla ahora a Dios. La oración es la respuesta a las sugerencias e inspiraciones, al mensaje que Dios te ha dirigido en su Palabra. Haz silencio dentro de ti y acoge las palabras de Jesús en tu corazón. Ora con sinceridad con confianza. Orar es permitir que la Palabra, acogida en el corazón, se exprese con los sentimientos que ella misma suscita: acción de gracias, alabanza, adoración, súplica, arrepentimiento… Es el momento de la celebración personal y comunitaria. Sobre todo, deja hablar a Dios nuestro Padre. Practicando estas palabras, terminarás por transformarte en El
De un corazón purificado por la Palabra puede brotar la oración sincera y una relación con el Padre anclada no en ritos externos, sino en actitudes que nacen de lo mas profundo del ser humano.
ORACIÓN compartida.
Terminamos cantando «Danos un corazón».
4. Acción misionera (actio). Hágase en mi según tu palabra
Todo encuentro con el Señor de la vida, presente en su Palabra, culmina en la misión. Hay que cumplir la Palabra, para no ser condenado por ella. La Palabra, si se ha hecho con sinceridad los pasos anteriores, posee luz suficiente para iluminar nuestra vida, y fuerza para ser llevada a la práctica. El fruto esencial de la Palabra es la caridad. Deberíamos acabar pronunciando las palabras de la entrega misionera del profeta ante el Señor, que pide nuestra colaboración : “Aquí estoy, envíame” (Is 6,8). María, tras escuchar la Palabra y darle su aceptación, se puso en camino (Lc 1,39).
En relación a la caridad:Jesús se hace portador de la salvación de Dios en un territotio pagano y, por tanto, marginado social y religiosamente. ¿Qué te sugiere este modo de actuar para tu compromiso evaugelizador?
Hoy son muchos los que, fuera de las fronteras de la iglesia, permanecen “sordos” y “mudos al evangelio. Lo más fácil es culparles de su cerrazón, pero ¿con gestos y actitudes podríamos nosotros, los creyentes, abrirles al mensaje de Jesús?
Miguel Maestre Muñoz, cmf