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«Una voz que me dice…»
(S. A. Mª. Claret. Autobiografía 114)
PRÁCTICA DE LA LECTIO DIVINA EN GRUPO
28 de Octubre de 2018: XXX Domingo Tiempo Ordinario
Disposición espiritual.
Haz silencio, exterior e interior.¡Es el Señor quien nos visita con su Palabra, para tratar amorosamente con nosotros, como un Padre con sus hijos! ¡También nos habla, mediante la palabra de los hermanos, para sentirnos Iglesia! Invoca al Espíritu Santo con toda sinceridad, con la certidumbre de ser escuchado. Que el Espíritu te ilumine, te fortifique, te guíe y te consuele. Revele y encarne en ti el gran misterio de Cristo, presente en su Palabra.
Oración: Señor Jesucristo, envía tu Espíritu Santo sobre nosotros y haznos comprender las Escrituras inspiradas por él; concédenos interpretarlas de manera digna para que saquemos provecho. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Texto: Mc 10, 46-52
1. Lectura (lectio). Lo que el texto dice
Lee y relee tranquila y detenidamente este pasaje bíblico fijándote bien en todos los detalles. Descubre sus recursos literarios, las acciones, los verbos, los sujetos, el ambiente descrito, su mensaje. Lee también lugares paralelos que cualquier Biblia te ofrece, ayúdate de algunos instrumentos exegéticos, algún diccionario bíblico etc. Tras un momento de silencio descubrimos juntos qué dice el texto.
Cuando Jesús termina de proclamar el mensaje del Reino en Galilea, el relato de Marcos presenta la curación de un ciego en Betsaida (Mc 8,22-26). Ahora, a punto de llegar a Jerusalén, y cuando Jesús ha explicado a sus discípulos lo que implica seguirle, aparece de nuevo la figura de un ciego que reconoce en Jesús al Mesías y, una vez curado, le sigue por el camino.
El camino hacia Jerusalén está sirviendo de escuela para los discípulos. El Maestro les ha anunciado por tres veces su pasión y resurrección, les ha enseñado que el seguimiento implica dar la vida, ponerse en el último lugar, optar por el servicio… Pero ellos no han entendido la enseñanza de Jesús, parecen estar ciegos y persiguen lo contrario de lo que el Señor les propone.
Para los primeros cristianos el verbo «ver» tenía un significado más hondo que la mera visión física. Con él expresaban la experiencia del encuentro personal con Jesús resucitado (María Magdalena, por ejemplo, dice en Jn 20,18: «He visto al Señor»). Ver a Jesús era sinónimo de convertirse en discípulo suyo y seguirle.
No es difícil observar las semejanzas entre este ciego y los discípulos. Bartimeo llama a Jesús «Hijo de David», es decir, reconoce en él al Mesías. Esa misma confesión la hizo Pedro en nombre de todos los discípulos (Mc 8,29). El mendigo está «sentado junto al camino»: su falta de visión le imposibilita seguir al Maestro «por el camino». Los discípulos siguen físicamente a Jesús, pero en realidad no entienden, no están «en el camino», sino al borde. Como aquel mendigo, necesitan ayuda.
El centro del relato es el encuentro del ciego con Jesús. Bartimeo, al saberse llamado, deja lo poco que tiene, el manto, y se acerca. Jesús le hace la misma pregunta que a los hijos del Zebedeo (Mc 10,36 y Mc 10,51), pero el mendigo ciego, despojado de todo, sólo pide luz. Cuando Jesús le concede ver, se coloca detrás del Maestro y le sigue hacia Jerusalén. Mientras los demás, entre ellos los discípulos, suben a la ciudad santa sin conocer a Jesús, Bartimeo se ha convertido en modelo de discípulo. Daos cuenta de lo que esto significa en el relato de Marcos: un personaje secundario encarna actitudes y respuestas propias de los Doce, pero que estos no son capaces de ofrecer.
Marcos eligió este relato para cerrar una sección de su evangelio porque vio en él una especie de parábola con la que enseñar a su comunidad una cosa muy importante: ponerse en el último lugar, hacerse servidor y esclavo de todos, perder la vida… es una tarea casi imposible para el ser humano. Pero no para Dios. Por eso es imprescindible la súplica y la oración («¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!»). Ser discípulo no es fruto de una conquista, sino de un don.
Como hemos visto, el camino y la ceguera tienen un valor simbólico en este relato. Sin duda este simbolismo es muy elocuente para nuestras vidas.
2. Meditación (meditatio). Lo que el texto me dice
Permite que lo leído baje hasta el corazón y encuentre en él un centro de acogida donde pueda resonar con todas las vibraciones posibles. Es Dios mismo quien te atrae y te habla al corazón. Se trata de una “rumia” -ruminatio- que va haciendo que la Palabra vaya calando dentro, hasta quedar del todo hecha carne propia. Déjate seducir por la Palabra. Sigue sus hondos impulsos. Quédate con algún verso o frase.
Por lo que refiere a la FE: Bartimeo proclama su fe, la traduce en oración perseverante y confiada y vence todos los obstáculos que le impiden encontrarse con Jesús. ¿En qué se parece mi fe a la de Bartimeo? ¿Cuáles son las cegueras que me impiden seguir a Jesús por el camino del discipulado?
Sólo quien «ha visto» al Señor puede seguirle y dar testimonio de él. Mi ser creyente ¿tiene su fundamento en esta experiencia, en este encuentro personal con el Señor?
Cuando el camino se hace duro ¿me quedo «al borde del camino» o redoblo mi súplica confiada?
En cuanto a la ESPERANZA: El mendigo ciego, sentado junto al camino, espera que Jesús abra sus ojos y alumbre su mirada. ¿Qué motivos para la esperanza me sugiere este pasaje?
Bartimeo vive una pascua anticipada. Se le ha concedido ver y sigue a Jesús hacia Jerusalén. ¿Vivo el seguimiento de Jesús, con sus momentos de visión y de ceguera, desde la alegría y la victoria de la pascua?
3. Oración (oratio). Lo que yo digo a Dios y lo que Dios me dice a partir del texto.
Habla ahora a Dios. La oración es la respuesta a las sugerencias e inspiraciones, al mensaje que Dios te ha dirigido en su Palabra. Haz silencio dentro de ti y acoge las palabras de Jesús en tu corazón. Ora con sinceridad con confianza. Orar es permitir que la Palabra, acogida en el corazón, se exprese con los sentimientos que ella misma suscita: acción de gracias, alabanza, adoración, súplica, arrepentimiento… Es el momento de la celebración personal y comunitaria. Sobre todo, deja hablar a Dios nuestro Padre. Practicando estas palabras, terminarás por transformarte en El
Podemos hacer esta oración en una sala oscura, iluminados sólo por la luz del cirio pascual.
ORACIÓN compartida. Después de cada intervención podemos responder todos: «¡Señor, que recobre la vista!».
Con la certeza de sabernos atendidos, oramos recitando el salmo responsorial: «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres» (Sal 125).
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.
Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.
Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas,
cosechan entre cantares.
Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.
4. Acción misionera (actio). Hágase en mi según tu palabra
Todo encuentro con el Señor de la vida, presente en su Palabra, culmina en la misión. Hay que cumplir la Palabra, para no ser condenado por ella. La Palabra, si se ha hecho con sinceridad los pasos anteriores, posee luz suficiente para iluminar nuestra vida, y fuerza para ser llevada a la práctica. El fruto esencial de la Palabra es la caridad. Deberíamos acabar pronunciando las palabras de la entrega misionera del profeta ante el Señor, que pide nuestra colaboración : “Aquí estoy, envíame” (Is 6,8). María, tras escuchar la Palabra y darle su aceptación, se puso en camino (Lc 1,39).
En relación a la CARIDAD: El encuentro con Jesús cambió la vida de Bartimeo.
¿A qué me compromete concretamente este pasaje del evangelio?
Jesús escucha la súplica de Bartimeo y éste, una vez curado, le sigue por el camino que conduce a Jerusalén, a la entrega de la vida por amor. ¿Por qué camino me está invitando Jesús a seguirle?
Miguel Maestre Muñoz, cmf