Una Voz que me dice. Mc 1, 40-45

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«Una voz que me dice…»

(S. A. Mª. Claret. Autobiografía 114)

PRÁCTICA DE LA LECTIO DIVINA EN GRUPO

11 de Febrero de 2018: VI Domingo Tiempo Ordinario

Disposición espiritual.

Haz silencio, exterior e interior. Invoca al Espíritu Santo con esta u otra oración: ¡Oh Señor Jesús!; te pido la alegría de comprender puramente tus palabras, inspiradas por tu Santo Espíritu. Amén.

Texto: Mc 1, 40-45

1. Lectura (lectio). Lo que el texto dice

Lee y relee tranquila y detenidamente este pasaje bíblico fijándote bien en todos los detalles. Descubre sus recursos literarios, las acciones, los verbos, los sujetos, el ambiente descrito, su mensaje. Tras un momento de silencio descubrimos juntos qué dice el texto.

La escena de la curación del hombre afectado por la lepra tiene lugar entre la salida de Jesús de Cafarnaún y su regreso (Mc 2,1). Podemos recordar cuál era la intención de Jesús al salir a los pueblos cercanos releyendo Mc 1,38. Ese programa se concreta en Mc 1,39 y se hace más explícito en este relato, que es, en cierto modo, representativo de la actividad desarrollada por Jesús.

El relato tiene dos partes bien definidas. La primera cuenta la curación y la segunda recoge un diálogo de Jesús con el hombre curado. Nos fijamos primero en la curación.

Se trata de un enfermo de lepra. Esta enfermedad tenía entonces connotaciones que no tiene ahora. Los capítulos 13 y 14 del Levítico son muy ilustrativos al respecto. La lepra fue una de las plagas del éxodo y era considerada en el Antiguo Testamento como un castigo de Dios por los pecados de los israelitas (fue el caso, por ejemplo, de María en Nm 12,10-16). Mirad el contraste entre la imagen que tenían de Dios aquellos hombres y el amor que transparenta la acción de Jesús.

Los leprosos eran impuros y transmitían su impureza (en el texto se repite la idea de «limpiar»), por lo que eran forzados a vivir fuera de la ciudad. Por eso es muy llamativo que Jesús deje que se acerque a él, e incluso le toque para curarle. Lo normal es que hubiera quedado contaminado y, sin embargo, es el leproso el que resulta curado. Si leemos con atención nos daremos cuenta de que la vida de Jesús sí queda «tocada». Al rebelarse contra las normas sociales que esclavizaban al ser humano él mismo queda situado en los márgenes de la sociedad. Fijaos en el último versículo.

La consecuencia de la «desobediencia» de ese hombre es que la fama de Jesús se extiende y son cada vez más los que acuden a él. Recordad lo que indicábamos el domingo pasado con respecto a las órdenes de silencio en el evangelio de Marcos: tratan de evitar que se difundan comprensiones parciales y erróneas acerca de Jesús y del Reino.

En este pasaje volvemos a constatar la cercanía de Jesús hacia los marginados. Los enfermos, los endemoniados y sobre todo los leprosos estaban en este grupo de personas a las que se excluía de la vida social y religiosa, porque eran impuros. El Reinado de Dios, que Jesús hace presente, llega, sin embargo, hasta ellos. Hemos de preguntarnos a la luz de la Palabra quiénes son hoy estos marginados a los que debe llegar la Buena Noticia del Reinado de Dios.

2. Meditación (meditatio). Lo que el texto me dice

Permite que lo leído baje hasta el corazón y encuentre en él un centro de acogida donde pueda resonar con todas las vibraciones posibles. Es Dios mismo quien te atrae y te habla al corazón. Se trata de una “rumia” -ruminatio- que va haciendo que la Palabra vaya calando dentro, hasta quedar del todo hecha carne propia. Déjate seducir por la Palabra. Sigue sus hondos impulsos. Quédate con algún verso o frase.

En nuestros días también hay gente que malvive, como el leproso del evangelio, en los márgenes de la sociedad. Son personas rechazadas por razones políticas, sociales, religiosas… La historia del encuentro de Jesús con aquel leproso es, sin duda, hoy más que nunca nuestra historia.

– ¿Qué aspectos de la personalidad de Jesús se resaltan más en el pasaje?

El leproso del texto llega a Jesús desde la fe. «Si quieres, puedes limpiarme», le suplica de rodillas. ¿Cómo nos acercamos nosotros a Jesús? ¿Desde qué actitudes? ¿Qué esperamos de él?

– Un leproso era considerado poco menos que un muerto viviente. Su vida, sin un ápice de esperanza, no merecía la pena ser vivida. ¿Cómo es el Reino de Dios que propone el pasaje que hemos leído para los hombres y mujeres de hoy?

– Y a cada uno de nosotros, que también tenemos algunas manchas en nuestras vidas, ¿de qué nos gustaría ser limpiados?

3. Oración (oratio). Lo que yo digo a Dios y lo que Dios me dice a partir del texto.

Habla ahora a Dios. La oración es la respuesta a las sugerencias e inspiraciones, al mensaje que Dios te ha dirigido en su Palabra. Haz silencio dentro de ti y acoge las palabras de Jesús en tu corazón. Ora con sinceridad con confianza. Orar es permitir que la Palabra, acogida en el corazón, se exprese con los sentimientos que ella misma suscita: acción de gracias, alabanza, adoración, súplica, arrepentimiento… Es el momento de la celebración personal y comunitaria. Sobre todo, deja hablar a Dios nuestro Padre. Practicando estas palabras, terminarás por transformarte en El

Como cristianos, hacemos una lectura creyente de la realidad que nos rodea, una lectura desde el corazón de Dios. A él nos acercamos como el leproso, desde la fe hecha súplica, buscando que nos limpie, que sane las enfermedades de nuestro mundo. También pidiéndole fuerza para que nos ayude a transformar radicalmente la realidad que nos rodea.

Compartimos nuestra ORACIÓN según el pasaje haya resonado en cada uno de nosotros.

Recitamos juntos el SALMO responsorial de hoy 31, que leeremos en la eucaristía.

R/ TÚ ERES MI REFUGIO; ME RODEAS DE CANTO DE LIBERACIÓN

Dichoso el que está absuelto de su culpa,

a quien le han sepultado su pecado;

dichoso el hombre al quien el Señor

no le apunta el delito.

Había pecado, lo reconocí,

no te encubrí mi delito;

propuse: “confesaré al Señor mi culpa”,

y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

Alegraos, justos con el Señor;

aclamadlo los de corazón sincero.

4. Acción misionera (actio). Hágase en mi según tu palabra

Todo encuentro con el Señor de la vida, presente en su Palabra, culmina en la misión. Hay que cumplir la Palabra, para no ser condenado por ella. La Palabra, si se ha hecho con sinceridad los pasos anteriores, posee luz suficiente para iluminar nuestra vida, y fuerza para ser llevada a la práctica. El fruto esencial de la Palabra es la caridad. Deberíamos acabar pronunciando las palabras de la entrega misionera del profeta ante el Señor, que pide nuestra colaboración : “Aquí estoy, envíame” (Is 6,8). María, tras escuchar la Palabra y darle su aceptación, se puso en camino (Lc 1,39).

¿Cuál es el estilo de vida al que nos mueve el pasaje?

Las normas del judaismo segregaban a mucha gente por diversos motivos. Jesús, por el contrario, integra, busca devolver la comunión. Podemos revisar desde el evangelio de hoy nuestras actitudes con todos los marginados de nuestro entorno. ¿Quiénes son esos marginados? ¿Qué podemos hacer para que vuelvan a ser limpios a los ojos de todos?

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