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«Una voz que me dice…»
(S. A. Mª. Claret. Autobiografía 114)
PRÁCTICA DE LA LECTIO DIVINA EN GRUPO
15 de Abril de 2018: DOMINGO III DE PASCUA
Disposición espiritual.
Haz silencio, exterior e interior. Invoca al Espíritu Santo con esta u otra oración: ¡Oh Señor Jesús!; te pido la alegría de comprender puramente tus palabras, inspiradas por tu Santo Espíritu. Amén.
Texto: Lc 24, 35-48
1. Lectura (lectio). Lo que el texto dice
Lee y relee tranquila y detenidamente este pasaje bíblico fijándote bien en todos los detalles. Descubre sus recursos literarios, las acciones, los verbos, los sujetos, el ambiente descrito, su mensaje. Tras un momento de silencio descubrimos juntos qué dice el texto.
El pasaje que hemos escuchado está tomado del evangelio de Lucas y se halla a continuación del encuentro de Jesús resucitado con los dos discípulos de Emaús. Así lo recuerda el primer versículo. Merece la pena leer seguidos los dos relatos (Lc 24,13-48), puesto que el primero prepara el segundo y el segundo aclara detalles que apenas se explican en el primero. De este modo podremos observar las relaciones que hay entre ellos y los elementos que tienen en común (no reconocen a Jesús, la comida, se les abren los ojos para comprender las Escrituras).
Seguramente lo habréis observado de inmediato. Este nuevo relato de aparición de Jesús a sus discípulos tiene bastantes semejanzas no sólo con el episodio de Emaús que le precede inmediatamente, sino también con el que leímos el domingo pasado en el evangelio de Juan.
La primera parte de la escena (Lc 24,36-43) está centrada en el reconocimiento de Jesús, que choca con ciertas dificultades. A pesar de que ya se había aparecido a algunos de ellos, como se cuenta en los versículos precedentes (Lc 24,33-35), todavía les cuesta reconocerlo. Su actitud recuerda a la del incrédulo Tomás. La situación se desbloquea de nuevo gracias a la iniciativa del Resucitado. A pesar de que la presencia del Resucitado entre los suyos no puede entenderse en un sentido físico, el evangelista quiere resaltar que se trata del mismo Jesús que ellos conocieron y trataron. Su presencia es nueva y diferente (por eso no lo reconocen al principio), pero es real. No es un fantasma.
En la segunda escena (Lc 24,44-48), Jesús les ofrece una explicación de su pasión a partir de la interpretación de las Escrituras. De este modo les proporciona las claves para entender que la muerte del Mesías y sobre todo su resurrección son acontecimientos previstos misteriosamente en el proyecto de Dios. Y ésa es la Buena Noticia que ellos, sus testigos, tendrán que anunciar a todos.
Para terminar, podéis comparar estas palabras con el principio de los Hechos de los apóstoles, que también es obra de Lucas (Hch 1,8). Descubriréis que también allí se perfila el programa evangelizador que el Señor propone a su Iglesia y podréis observar las llamativas coincidencias entre ambos pasajes.
El versículo 49, que no hemos escrito porque queda fuera del texto leído en la liturgia, añade una conclusión absolutamente necesaria y consoladora. En la misión nunca estamos solos. No somos francotiradores. El Espíritu de Dios nos fortalece y trabaja con nosotros.
2. Meditación (meditatio). Lo que el texto me dice
Permite que lo leído baje hasta el corazón y encuentre en él un centro de acogida donde pueda resonar con todas las vibraciones posibles. Es Dios mismo quien te atrae y te habla al corazón. Se trata de una “rumia” -ruminatio- que va haciendo que la Palabra vaya calando dentro, hasta quedar del todo hecha carne propia. Déjate seducir por la Palabra. Sigue sus hondos impulsos. Quédate con algún verso o frase.
Reconocer al Resucitado en nuestras vidas no siempres es tan fácil ni inmediato. A veces necesitamos de un largo proceso, en el que vamos captando y entendiendo poco a poco los signos de su presencia entre nosotros. El evangelio de hoy nos muestra, además, que este encuentro no es un privilegio para nuestro disfrute personal, sino el inicio de una misión, de un testimonio acerca de él y de su proyecto reconciliador ante todo tipo de personas y en todas las circunstancias.
– Jesús resucitado no es un fantasma, sino alguien muy real y vivo. Las cosas de la fe no son ilusiones ni quimeras. ¿De qué manera te ayuda este pasaje a reafirmar tu confianza en el Señor?
– Creer en el Resucitado implica saber reconocer los signos de su presencia hoy, aquí, entre nosotros. ¿Dónde y cómo reconoces tú esos signos en tu vida y en los acontecimientos de cada día?
– Jesús resucitado no es un fantasma, sino alguien vivo y presente en nuestras vidas. ¿Hasta qué punto estamos convencidos de ello? ¿De qué fantasmas deberíamos liberarnos para vivir a fondo el mensaje de esperanza que nos llega con la Pascua?
– No estamos solos en la tarea de construir el Reino Contamos con la fuerza de Dios, con su Espíritu. ¿Sientes esa presencia? ¿De qué modo te anima a seguir adelante?
3. Oración (oratio). Lo que yo digo a Dios y lo que Dios me dice a partir del texto.
Habla ahora a Dios. La oración es la respuesta a las sugerencias e inspiraciones, al mensaje que Dios te ha dirigido en su Palabra. Haz silencio dentro de ti y acoge las palabras de Jesús en tu corazón. Ora con sinceridad con confianza. Orar es permitir que la Palabra, acogida en el corazón, se exprese con los sentimientos que ella misma suscita: acción de gracias, alabanza, adoración, súplica, arrepentimiento… Es el momento de la celebración personal y comunitaria. Sobre todo, deja hablar a Dios nuestro Padre. Practicando estas palabras, terminarás por transformarte en El
El Señor está en medio de nosotros y nos comunica su paz. Eso nos libera de nuestros fantasmas y de nuestros miedos. Por eso oramos con confianza, sabiendo que su Espíritu nos fortalece para dar testimonio.
Compartimos nuestra ORACIÓN según el pasaje haya resonado en cada uno de nosotros.
Cantamos: «QUÉDATE CON NOSOTROS»
Quédate con nosotros,
la tarde está cayendo; quédate.
¿Cómo te encontraremos al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros; la mesa está servida,
caliente el pan, y envejecido el vino.
Estribillo
¿Cómo sabremos que eres un hombre entre
los hombres
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu Cuerpo y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.
Estribillo
Vimos romper el día sobre tu hermoso rostro
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche no apague el fuego
vivo que nos dejó tu paso en la mañana.
Estribillo
Arroja en nuestras manos, tendidas en tu
busca, las aguas encendidas del Espíritu.
Y limpia en lo más hondo del corazón del
hombre tu imagen empañada por la culpa.
4. Acción misionera (actio). Hágase en mi según tu palabra
Todo encuentro con el Señor de la vida, presente en su Palabra, culmina en la misión. Hay que cumplir la Palabra, para no ser condenado por ella. La Palabra, si se ha hecho con sinceridad los pasos anteriores, posee luz suficiente para iluminar nuestra vida, y fuerza para ser llevada a la práctica. El fruto esencial de la Palabra es la caridad. Deberíamos acabar pronunciando las palabras de la entrega misionera del profeta ante el Señor, que pide nuestra colaboración : “Aquí estoy, envíame” (Is 6,8). María, tras escuchar la Palabra y darle su aceptación, se puso en camino (Lc 1,39).
– Las apariciones del Resucitado siempre van ligadas al envío misionero. ¿Hasta qué punto crees tú que los creyentes vivimos esta relación entre nuestra fe pascual y la necesidad de dar testimonio de lo que hemos experimentado?
– En su nombre se anunciará… la conversión y el perdón de los pecados. ¿Cómo debería traducir hoy la Iglesia, y nosotros que formamos parte de ella, esta misión reconciliadora que nace de la Pascua?
Miguel Maestre, cmf