Una Voz que me dice… Jn 20, 19-23

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«Una voz que me dice…»

(S. A. Mª. Claret. Autobiografía 114)

PRÁCTICA DE LA LECTIO DIVINA EN GRUPO

20 de Mayo de 2018: DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Disposición espiritual.

Haz silencio, exterior e interior. Invoca al Espíritu Santo con esta u otra oración: ¡Oh Señor Jesús!; te pido la alegría de comprender puramente tus palabras, inspiradas por tu Santo Espíritu. Amén.

Texto: Jn 20, 19-23

1. Lectura (lectio). Lo que el texto dice

Lee y relee tranquila y detenidamente este pasaje bíblico fijándote bien en todos los detalles. Descubre sus recursos literarios, las acciones, los verbos, los sujetos, el ambiente descrito, su mensaje. Tras un momento de silencio descubrimos juntos qué dice el texto.

Cincuenta días después de haber celebrado la resurrección de Jesús, concluimos hoy el tiempo de Pascua. Pentecostés es la «Pascua granada», la Pascua madura que produce su fruto más sabroso: el envío del Espíritu Santo. Como ya indicamos en su momento, algunos comentaristas han llamado a esta página el «Pentecostés del cuarto evangelio». El evangelio de Juan no contiene un relato obre la venida del Espíritu Santo semejante a aquel que se lee como primera lectura (Hch 2,1-11). Pero eso no significa que ignore este acontecimiento, aunque lo sitúe temporalmente en un momento diferente.

En efecto, si repasamos el pasaje con atención, nos daremos cuenta de que Juan no establece un plazo de |tiempo entre la Pascua y la venida del Espíritu, ni tampoco sitúa esta en el marco de la fiesta de Pentecostés. A diferencia de Hechos presenta las cosas como si todo hubiera sucedido el mismo día de la resurrección. Recordemos a propósito de esto que los evangelios no son «crónica» y que las diferencias que encontramos entre ellos se explican por las diversas perspectivas teológicas en cada uno de ellos. Porque de lo que aquí se trata no es tanto de narrar un «hecho» histórico y localizable en el tiempo, sino de profundizar en un «acontecimiento» que se experimenta en la fe. Juan, por su parte, está sumamente interesado en mostrar la estrecha relación que existe entre la resurrección de Jesús y la efusión del Espíritu como aspectos complementarios de una misma realidad.

La imagen utilizada por el evangelista es tremendamente gráfica. El Espíritu Santo no aparece aquí simbolizado por un viento impetuoso o por llamas de fuego como en Hechos, sino por el mismo aliento vital del Resucitado que «sopla» sobre sus discípulos. Esto nos recuerda el mismo gesto que Dios hizo al crear al ser humano (leedlo en Gn 2,7). El don Espíritu Santo hace de los discípulos personas recreadas, los libera de su vieja condición de «encerrados» y los prepara para asumir nuevos desafíos. Si leéis con atención descubriréis, en efecto, que el relato de Juan vincula este acontecimiento con el envío a la misión, pues sitúa una cosa inmediatamente a continuación de la otra en el relato.

En este aspecto el cuarto evangelio coincide en gran parte con la perspectiva del libro de los Hechos (Hch 1,8). Jesús envía a los suyos como él mismo ha sido enviado por el Padre, pero no los deja solos, sino que les entrega el Espíritu para que puedan llevar a cabo su misión. Sin eso la comunidad no hubiera superado sus «miedos». La Iglesia no se habría puesto jamás en marcha. Pero el relato de Juan añade un detalle significativo.

Un rasgo típico del cuarto evangelio consiste en introducir en este contexto el tema del perdón de los pecados, con lo que la misión encomendada a los discípulos se presenta como una tarea de reconciliación universal.

Recordemos, finalmente, que la donación del Espíritu a los discípulos no es una «sorpresa narrativa» o algo totalmente inesperado dentro de la trama del evangelio de Juan. De hecho, Jesús lo había prometido repetidamente a los discípulos durante su despedida en la última cena. Lo podéis leer en Jn 14,15.26; 15,26; 16,7-15. El acontecimiento de Pentecostés no es algo que pertenece sólo al pasado. El Espíritu Santo continúa vivo y sigue manifestándose en nuestro mundo, en personas y situaciones concretas.

2. Meditación (meditatio). Lo que el texto me dice

Permite que lo leído baje hasta el corazón y encuentre en él un centro de acogida donde pueda resonar con todas las vibraciones posibles. Es Dios mismo quien te atrae y te habla al corazón. Se trata de una “rumia” -ruminatio- que va haciendo que la Palabra vaya calando dentro, hasta quedar del todo hecha carne propia. Déjate seducir por la Palabra. Sigue sus hondos impulsos. Quédate con algún verso o frase.

La venida del Espíritu Santo no tiene fecha fija. Juan la sitúa en el mismo momento de la resurrección y el libro de los Hechos de los apóstoles cincuenta días después de la Pascua. Pero hoy también puede ser Pentecostés. Y el Señor Jesús, que derramó su Espíritu sobre nosotros el día de nuestro bautismo, no deja de renovar ese don para que podamos continuar la misión que él mismo recibió del Padre.

Por lo que se refiere a la FE: El Espíritu Santo ha sido llamado muchas veces «El gran Desconocido». ¿Cómo te ayudan los textos bíblicos que hemos leído y comentado para conocer mejor quién es y cómo actúa? ¿Qué experiencia tienes de su acción en tu vida?

Con referencia a la ESPERANZA: También hoy los cristianos vivimos a menudo «encerrados» y con miedo, reacios a la esperanza. ¿No será que nos resistimos a dejamos mover por el Espíritu? ¿En qué aspectos debería cambiar esta situación si nos hiciéramos más dóciles a su acción?

3. Oración (oratio). Lo que yo digo a Dios y lo que Dios me dice a partir del texto.

Habla ahora a Dios. La oración es la respuesta a las sugerencias e inspiraciones, al mensaje que Dios te ha dirigido en su Palabra. Haz silencio dentro de ti y acoge las palabras de Jesús en tu corazón. Ora con sinceridad con confianza. Orar es permitir que la Palabra, acogida en el corazón, se exprese con los sentimientos que ella misma suscita: acción de gracias, alabanza, adoración, súplica, arrepentimiento… Es el momento de la celebración personal y comunitaria. Sobre todo, deja hablar a Dios nuestro Padre. Practicando estas palabras, terminarás por transformarte en El

“El Espíritu Santo es la Novedad, es la presencia de Dios-con-nosotros.

Sin el Espíritu Santo, Dios queda lejos, Cristo permanece en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia es pura organización, la autoridad tiranía, la misión propaganda, el culto mero recuerdo y el obrar cristiano una moral de esclavos.

En cambio, en el Espíritu Santo, el mundo es liberado, el hombre se perfecciona, Cristo Resucitado está aquí, el Evangelio es fuerza de vida, la Iglesia significa comunión trinitaria, la autoridad es un servicio liberador, la misión es Pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación y la acción humana es divinizada”.

(Ignacios Hazim, Patriarca ortodoxo de Antioquía, Intervención en el Consejo Ecuménico de las Iglesias, Upsala 1968).

Sin el Espíritu la oración sería un diálogo imposible. Es el quien gime en nosotros para que podamos rezar como nos conviene. Movidos por él nos ponemos una vez más ante el Padre para pedirle que nunca nos falte su ayuda y fortaleza.

Compartimos nuestra ORACIÓN según el pasaje ha resonado en cada uno de nosotros.

Cantamos un canto de invocación al Espíritu. Si se prefiere se puede recitar juntos la secuencia de pentecostés.

4. Acción misionera (actio). Hágase en mi según tu palabra

Todo encuentro con el Señor de la vida, presente en su Palabra, culmina en la misión. Hay que cumplir la Palabra, para no ser condenado por ella. La Palabra, si se ha hecho con sinceridad los pasos anteriores, posee luz suficiente para iluminar nuestra vida, y fuerza para ser llevada a la práctica. El fruto esencial de la Palabra es la caridad. Deberíamos acabar pronunciando las palabras de la entrega misionera del profeta ante el Señor, que pide nuestra colaboración : “Aquí estoy, envíame” (Is 6,8). María, tras escuchar la Palabra y darle su aceptación, se puso en camino (Lc 1,39).

En alusión a la CARIDAD: El Espíritu Santo es el aliento vital del Resucitado que actúa en nosotros. Su presencia no se ve, pero…, ¿de qué modo debería notarse en la vida de los creyentes?

«Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados…». ¿Qué podríamos hacer para concretar en nuestra vida personal y comunitaria esa misión de reconciliación a la que somos enviados?

Miguel Maestre, cmf

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