Una Voz que me dice… Jn 20, 1-9

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«Una voz que me dice…»

(S. A. Mª. Claret. Autobiografía 114)

PRÁCTICA DE LA LECTIO DIVINA EN GRUPO

01 de Abril de 2018: DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

Disposición espiritual.

Haz silencio, exterior e interior. Invoca al Espíritu Santo con esta u otra oración: ¡Oh Señor Jesús!; te pido la alegría de comprender puramente tus palabras, inspiradas por tu Santo Espíritu. Amén.

Texto: Jn 20, 1-9

1. Lectura (lectio). Lo que el texto dice

Lee y relee tranquila y detenidamente este pasaje bíblico fijándote bien en todos los detalles. Descubre sus recursos literarios, las acciones, los verbos, los sujetos, el ambiente descrito, su mensaje. Tras un momento de silencio descubrimos juntos qué dice el texto.

Los primeros cristianos expresaron la certeza de la resurrección de Jesús mediante dos tipos de relatos: las tradiciones del sepulcro vacío y las de las apariciones. Son, más que una mera «crónica histórica», la confesión y celebración de una fe sobre la que no abrigaban duda alguna.

Nos encontramos ante un pasaje que narra la resurrección de Cristo. En él se relata la experiencia de fe que proclamaban los cristianos de la comunidad de Juan y que recibieron de quienes fueron testigos de primera mano. Por eso en el comentario de hoy vamos a detenernos en los tres primeros testigos de la tumba vacía, según el cuarto evangelio. Los tres miraron los signos de resurrección, pero no todos vieron lo que eso significaba.

Todo lo que se relata en el capítulo 20 del evangelio de Juan sucede en domingo, que para los cristianos es el día del Señor, el día en que las primeras comunidades se reunían para celebrar la eucaristía. María Magdalena, que ha sido testigo de la muerte de Jesús, va al sepulcro y encuentra que ha sido desplazada la gran piedra circular que lo sellaba. No sabe interpretar correctamente el signo de la tumba vacía y corre, desconcertada, a contar lo que ocurre. El significado de la resurrección de Jesús le será desvelado por el mismo Resucitado poco después (Jn 20,10-18). Ahora convoca a dos discípulos de gran autoridad y los invita a implicarse de nuevo en la causa de Jesús.

Entre Pedro y el discípulo amado se inicia una especie de rivalidad encubierta que habréis percibido en el hecho de correr juntos, de llegar uno primero y ceder la entrada al otro, y, sobre todo, en el «ver y creer» de uno de ellos. A continuación explicamos brevemente la razón de esta rivalidad.

Como ya hemos dicho en otras ocasiones, los evangelios hablan de la vida de Jesús, pero también reflejan la vida de las comunidades a las que fueron dirigidos. Eso se aprecia claramente en este pasaje del evangelio de Juan. Como es sabido, el discípulo amado lideró la comunidad joánica, convirtiéndose para ella en punto obligado de referencia. Su autoridad en el grupo llegó a ser mayor que la del mismo Pedro, lo que dificultó la integración de estas comunidades en la gran Iglesia, donde la figura de Pedro gozaba de gran autoridad. Tanto el pasaje de hoy como algunos otros manifiestan a la vez la dificultad y el enriquecimiento mutuo que supuso dicha integración.

Pedro y su enseñanza sobre Jesús gozaron en la primera Iglesia cristiana de gran autoridad, de enorme preeminencia. Esto ha quedado reflejado en los evangelios, y el presente pasaje lo manifiesta desde la perspectiva de la comunidad joánica y de su situación histórica concreta. Por eso, aunque Pedro llega más tarde al sepulcro, le corresponde entrar primero, comprobar el estado de los lienzos funerarios y certificar la tumba vacía. Pero este apóstol, aunque mira, no sabe ver; la autoridad y su puesto al frente de la gran Iglesia no son suficientes para descubrir lo que se esconde tras esos signos. El sepulcro vacío y los lienzos producen en él asombro, pero no la fe pascual.

El discípulo al que Jesús tanto quería entra también en el sepulcro. Las vendas y el paño doblado y colocado aparte encienden una luz en su interior: ¡Jesús ha resucitado! ¡No han podido robar el cadáver, pues un ladrón no se habría detenido en dejar recogidos los lienzos mortuorios! A través de los signos que no supo interpretar Pedro, el discípulo amado ve y cree. El amor y la intimidad que le unieron con Jesús de Nazaret le han abierto los ojos. Hasta entonces no había entendido la Escritura, pero a partir de ahora va a ser testigo de aquello que ha visto y oído, incluso que ha tocado (1 Jn 1,1-3). De este modo, otros muchos, vinculados por la fe y el amor a Jesucristo, podrán creer aun sin haber visto (Jn 20,29).

2. Meditación (meditatio). Lo que el texto me dice

Permite que lo leído baje hasta el corazón y encuentre en él un centro de acogida donde pueda resonar con todas las vibraciones posibles. Es Dios mismo quien te atrae y te habla al corazón. Se trata de una “rumia” -ruminatio- que va haciendo que la Palabra vaya calando dentro, hasta quedar del todo hecha carne propia. Déjate seducir por la Palabra. Sigue sus hondos impulsos. Quédate con algún verso o frase.

El relato del sepulcro vacío que hemos proclamado ayudó a las primeras comunidades a expresar su fe. También nosotros confesamos que Jesús ha resucitado y que es urgente leer los signos de la resurrección de Cristo que aparecen en nuestra existencia cotidiana. Vamos a intentar descubrirlos juntos.

Por lo que se refiere a la FE: La tumba vacía y los lienzos ordenados sirven de signo al discípulo amado. Porque supo mirar, pudo ver y creer: ¿He descubierto en el pasaje de hoy algo que me ayude a seguir creyendo con más firmeza en la resurrección de Jesús?

¿Con qué mirada busco a Jesús, con qué ojos trato de descubrir su presencia en medio de la realidad? ¿Por qué a veces no lo reconozco cuando sale a mi encuentro?

En cuanto a la ESPERANZA: ¿Qué signos de vida y esperanza, de resurrección, descubrimos a nuestro alrededor? ¿Nos ayudan estos signos a vivir con un talante nuevo, resucitado?

Comparto con el grupo mis esperanzas como persona resucitada: ¿Espero sólo en «la otra vida» o mi esperanza tiene implicaciones ya en ésta?

3. Oración (oratio). Lo que yo digo a Dios y lo que Dios me dice a partir del texto.

Habla ahora a Dios. La oración es la respuesta a las sugerencias e inspiraciones, al mensaje que Dios te ha dirigido en su Palabra. Haz silencio dentro de ti y acoge las palabras de Jesús en tu corazón. Ora con sinceridad con confianza. Orar es permitir que la Palabra, acogida en el corazón, se exprese con los sentimientos que ella misma suscita: acción de gracias, alabanza, adoración, súplica, arrepentimiento… Es el momento de la celebración personal y comunitaria. Sobre todo, deja hablar a Dios nuestro Padre. Practicando estas palabras, terminarás por transformarte en El

La cercanía con Jesús llevó al discípulo amado a «ver y creer». Esa cercanía, que estamos experimentando en nuestros encuentros con la Palabra, queremos estrecharla en estos momentos de oración confesando: «Tú eres nuestro Señor resucitado».

Expresamos en voz alta nuestra ORACIÓN según el pasaje y la reflexión hayan resonado en cada uno de nosotros.

Recitamos juntos el SALMO 117, que corresponde a la liturgia de hoy.

Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

// Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa. //

No he morir, viviré para contar las hazañas del señor. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.

// Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Gloria al Padre y al Hijo…

4. Acción misionera (actio). Hágase en mi según tu palabra

Todo encuentro con el Señor de la vida, presente en su Palabra, culmina en la misión. Hay que cumplir la Palabra, para no ser condenado por ella. La Palabra, si se ha hecho con sinceridad los pasos anteriores, posee luz suficiente para iluminar nuestra vida, y fuerza para ser llevada a la práctica. El fruto esencial de la Palabra es la caridad. Deberíamos acabar pronunciando las palabras de la entrega misionera del profeta ante el Señor, que pide nuestra colaboración : “Aquí estoy, envíame” (Is 6,8). María, tras escuchar la Palabra y darle su aceptación, se puso en camino (Lc 1,39).

Por lo que hace referencia a la CARIDAD: Celebramos con la Iglesia la certeza de que Jesús ha vencido a la muerte: ¿Influye mi fe en la resurrección en la vida cotidiana? ¿Cómo se nota? ¿Qué compromisos concretos nos lleva a asumir la fe en la resurrección?

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