Una Voz que me dice: Jn 14, 15-21

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PRÁCTICA DE LA LECTIO DIVINA EN GRUPO

21 de Mayo de 2017: DOMINGO VI de PASCUA

Disposición espiritual.

Haz silencio, exterior e interior. Invoca al Espíritu Santo con esta u otra oración: ¡Oh Señor Jesús!; te pido la alegría de comprender puramente tus palabras, inspiradas por tu Santo Espíritu. Amén.

Texto: Jn 14, 15-21

1. Lectura (lectio). Lo que el texto dice

Lee y relee tranquila y detenidamente este pasaje bíblico fijándote bien en todos los detalles. Descubre sus recursos literarios, las acciones, los verbos, los sujetos, el ambiente descrito, su mensaje. Tras un momento de silencio descubrimos juntos qué dice el texto.

Aunque el texto litúrgico ha recortado los vv. 13-14, el pasaje evangélico que acabamos de leer es continuación casi inmediata del que leímos el domingo pasado (Jn 14,1-12).Estos domingos contienen breves trozos del diálogo que Jesús tuvo con sus discípulos en la Última Cena. Gracias a ellos comprenderemos mejor el sentido de la ausencia temporal de Jesús y los modos en los que él seguirá haciéndose presente en medio de sus discípulos después de la Pascua.

Tanto el primer versículo del pasaje como el último insisten en la idea de que «amar» a Jesús implica «cumplir» sus mandamientos. Para captar el alcance de esta afirmación, es preciso recordar que el Antiguo Testamento se expresa de idéntica manera cuando habla de la alianza entre Yavé e Israel (por ejemplo, Dt 6,5-6; 7,9). Lo sorprendente es que aquí es Jesús el que reclama para sí lo que la tradición bíblica exige para Dios. Se apunta así desde el principio del texto hacia el misterio personal del Hijo y su comunión única con el Padre. Este amor a Jesús, que debe traducirse y concretarse en hacer su voluntad y acoger con fe lo que él ha revelado mediante su palabra, viene a ser la condición para que él se manifieste a sus discípulos y el Padre haga posible su presencia entre ellos de un modo nuevo.

Cuando Jesús sea glorificado junto al Padre, intercederá ante él y éste enviará a los discípulos el don de «otro Defensor». Se cumple así la antigua profecía referida a la alianza nueva y definitiva prometida por Dios (véase, Ez 36,26-27). La actuación del Espíritu está en continuidad con la de Jesús. Cuando él ya no esté físicamente presente entre los suyos, será el Espíritu quien hará que los discípulos no olviden la enseñanza del Maestro, pues les ayudará a recordala, a interpretarla con más profundidad y a actualizar su sentido. El Espíritu es enviado para «estar siempre» con los discípulos. Esta función recuerda a la de Jesús durante su vida mortal (Jn 14,9). En un segundo momento se le califica también como «Espíritu de la verdad», porque su función es iluminar y hacer comprender «la verdad completa» (Jn 16,12-15). Aquí se subraya la diferente acogida que el «mundo» y los discípulos le dispensarán. Los que se niegan a aceptar a Jesús como verdad (Jn 14,6) tampoco pueden recibir a quien les resulta desconocido. Los discípulos, en cambio, lo conocen porque vive y está en ellos.

El envío del Espíritu y su presencia permanente en los creyentes no implica la ausencia definitiva de Jesús. Como ya había anunciado (Jn 14,3), él mismo volverá a los suyos y así remediará la orfandad que les causará su muerte. Esta separación será sólo temporal. Para el mundo que le ha rechazado, Jesús va a desaparecer definitivamente. La fe de los discípulos, en cambio, pondrá en ellos unos ojos nuevos que les permitirán seguir «viéndolo» y creyendo que él vive. Por eso, cuando Jesús habla aquí de su vuelta, no se refiere a su regreso al final de los siglos, sino a su presencia actual como Resucitado en medio de la comunidad cristiana.

La presencia del Resucitado entre los suyos hará posible una nueva relación del creyente con Dios, caracterizada por la cercanía, el amor y la ausencia de otra mediación que no sea el mismo Jesús. La fe en el Viviente por excelencia será para ellos fuente de su misma vida (v. 19). Además, «comprenderán» la relación absolutamente única que le vincula con el Padre, de la que Jesús había hablado ya en Jn 14,10-11. Una relación de íntima unión que servirá de «patrón» para la que él mismo establecerá con sus discípulos, de modo que también ellos participen de esa comunión divina (v. 20). La última consecuencia enunciada en este pasaje afirma que el Padre y Jesús mismo responderán con su amor a todos aquellos que le amen de verdad y lo demuestren poniendo en práctica su Palabra (v. 21). El discípulo hace suyos los mandamientos de Jesús y los cumple. El amor consiste en vivir los mismos valores que Jesús y comportarse como él. El amor verdadero no es solamente interior, sino visible: un dinamismo de transformación y de acción (el Espíritu).

2. Meditación (meditatio). Lo que el texto me dice

Permite que lo leído baje hasta el corazón y encuentre en él un centro de acogida donde pueda resonar con todas las vibraciones posibles. Es Dios mismo quien te atrae y te habla al corazón. Se trata de una “rumia” -ruminatio- que va haciendo que la Palabra vaya calando dentro, hasta quedar del todo hecha carne propia. Déjate seducir por la Palabra. Sigue sus hondos impulsos. Quédate con algún verso o frase.

Las palabras de Jesús que hemos leído no sólo afectan a los primeros testigos de la Pascua o a la comunidad cristiana a la que Juan dirige su evangelio, sino a los creyentes de todos los tiempos. Por eso también nosotros somos beneficiarios de sus promesas. El Espíritu está con nosotros. Jesús está con nosotros. Vivimos sumergidos en la vida de Dios.

¿Es la fe una cuestión de comprensión intelectual o de adhesión vital?

¿Qué margen de inspiración y de acción dejo al Espíritu? ¿Me dejo guiar más por las normas, leyes, preceptos, mandamientos que por el impulso del Espíritu? ¿Vives amando o cumpliendo?

En este momento de la oración, ¿permito al Espíritu que me llene de su inspiración y fortaleza? ¿O pienso que yo soy el que tengo que hacer casi todo?

¿Trato de discernir, a la luz del Espíritu, lo que tengo que hacer en mi vida concreta?

¿Le tengo al Espíritu como el Consolador, el maestro, el protector, el animador e iluminador de toda mi persona y mis acciones?

3. Oración (oratio). Lo que yo digo a Dios y lo que Dios me dice a partir del texto.

Habla ahora a Dios. La oración es la respuesta a las sugerencias e inspiraciones, al mensaje que Dios te ha dirigido en su Palabra. Haz silencio dentro de ti y acoge las palabras de Jesús en tu corazón. Ora con sinceridad con confianza. Orar es permitir que la Palabra, acogida en el corazón, se exprese con los sentimientos que ella misma suscita: acción de gracias, alabanza, adoración, súplica, arrepentimiento… Es el momento de la celebración personal y comunitaria. Sobre todo, deja hablar a Dios nuestro Padre. Practicando estas palabras, terminarás por transformarte en El

Jesús intercede ante el Padre para que venga a nosotros el Espíritu. Inmersos en esa corriente de vida divina,nos atrevemos a presentar nuestra oración con la confianza de ser escuchados por quien sabemos que nos ama.

Señor Jesús, danos el Espíritu de la verdad para que nos haga comprender y poner en práctica todas tus palabras de vida, esas que has traído para nosotros del corazón del Padre eterno.

ORAMOS espontáneamente, compartiendo nuestra oración…

Como oración final podemos recitar algunos versos del SALMO 65: Aclama a Dios, tierra entera, tocad en su honor, alabad su gloria, decid a Dios: “¡Qué admirables son tus obras!”. Pueblos, bendecid a nuestro Dios, haced que se oiga su alabanza: El nos conserva la vida, y no permite que tropiecen nuestros pies. ¡Bendito sea Dios, que no ha desatendido mi súplica ni me ha retirado su amor! Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.

4. Acción misionera (actio). Hágase en mi según tu palabra

Todo encuentro con el Señor de la vida, presente en su Palabra, culmina en la misión. Hay que cumplir la Palabra, para no ser condenado por ella. La Palabra, si se ha hecho con sinceridad los pasos anteriores, posee luz suficiente para iluminar nuestra vida, y fuerza para ser llevada a la práctica. El fruto esencial de la Palabra es la caridad. Deberíamos acabar pronunciando las palabras de la entrega misionera del profeta ante el Señor, que pide nuestra colaboración : “Aquí estoy, envíame” (Is 6,8). María, tras escuchar la Palabra y darle su aceptación, se puso en camino (Lc 1,39).

¿Cómo te orientan las palabras de Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” para encaminar tu vida y tomar opciones coherentes con la fe en Jesús?

¿Eres consciente de que estamos llamados a prolongar como creyentes la obra de Jesús, que es también la obra de Dios? ¿Cómo tratas de concretarlo en el día a día?

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