La noticia llegó en un periódico y me hizo reír. El «Rosario del siglo XXI» nació en Polonia: tiene la forma de tarjeta de crédito con pequeños dibujos de Nuestra Señora y de Juan Pablo II; y quien quiera puede encargar otros.
Este discreto Rosario se puede utilizar en el autobús, en el tren, en el avión, en la oficina o en las salas de espera. Un cristiano va mascando su Rosario y nadie le molesta, porque ni siquiera se da cuenta.
Pero también hay quien no tenga vergüenza de mostrar que reza en público. Estoy recordando a Jean Guitton, uno de los mayores pensadores del siglo XX. Cuando fue llamado a la tropa en 1921, tuvo que afrontar un problema: «¿Estoy acostumbrado a rezar mis oraciones de rodillas a los pies de la cama, antes de acostarme; ¿debo hacer lo mismo en el cuartel, exponiéndome a las burlas de mis compañeros?».
Un sacerdote, su amigo, le dio este consejo: «Reza bajo la colcha, tranquilamente, sin hacer alarde de tu fe, para no provocar inútilmente la burla de tus compañeros». Otro le dijo precisamente lo contrario: «Es tu obligación de creyente dar ese testimonio, con naturalidad, con humildad, incluso para afirmar el derecho a practicar la religión en público, en un momento en que muchos quieren reducirla a una cuestión privada».
Jean Guitton fue por la segunda vía. La verdad es que sus compañeros no dijeron nada, antes aquel gesto los marcó profundamente. Veinte años más tarde, uno de ellos falleció y Guitton, ya profesor universitario, fue a presentar condolencias a la familia. El padre del fallecido, también docente universitario y ateo, lo interpeló de este modo: «¿Es usted el que rezaba arrodillado al pie de la cama, en el cuartel? Es un creyente verdadero».
Según el protagonista de la novela de Bruce Marshall: El mundo, la carne y el padre Smith, «sería bueno que Dios estuviera presente en los salones de baile y en los teatros como está en las iglesias. Pero tenemos miedo de ser nosotros mismos…
Y entonces cada uno finge ser menos virtuoso de lo que es en realidad. Antaño las personas fingían ser mejores de lo que eran: actualmente se fingen peores. Los hombres de otros tiempos juraban que habían ido a la iglesia el domingo, aunque no hubieran puesto los pies allí; ahora, por el contrario, dicen que el domingo van a practicar el golf y se sentirían molestos si los amigos descubrieran que van a la iglesia».
No es raro escuchar a ciertos hombres y mujeres jactarse de apuñalar en el matrimonio, incluso cuando no se atreven a salir del paso, solo pensando en la paliza que recibirían del otro cónyuge. Me recuerdan a aquel niño débil y frágil que, después de haber llevado cuantas quería, gritaba a los que le rodeaban: «Agárrenme, que voy a matar a aquel diablo».
En el fondo, en mucha gente hay más bazofia que ruina y más cobardía que otra cosa. Temen que, si son honestos, bien educados, fieles a la palabra o a los contratos, alguien les eche en cara que «¡aún son de los buenos viejos tiempos!».
Pero hay quienes hacen desvaríos y se glorían de su inmoralidad y libertinaje o de tener la inteligencia para robar y engañar al prójimo.
Ante tales escenas ¿qué nos queda? Sonreír. Sonreír de la condición humana, porque, según la Biblia, «la multitud de tontos es enorme». La sociedad actual genera a estos adultos-adolescentes que pretenden imponerse sobreponiéndose a los demás, esconder la cobardía bajo el manto de desvergüenza, aparecer grandes y guapos, cuando en realidad están vacíos… O llenos, si queremos: llenos como un neumático…
Es importante ver también la otra parte: la legión de personas luminosas y ardientes que no tienen miedo, sino que defienden con valentía la verdad y la justicia, el honor de los demás o su propia fe; no se sienten disminuidas por preferir el perdón a la venganza mezquina, la solidaridad al egoísmo, la sencillez al consumismo y la mansedumbre a la prepotencia. La esperanza del mundo reside en estos hombres y mujeres capaces de abrazar causas «socialmente incorrectas» como la lucha contra el aborto o contra el llamado «amor libre».
Esos no necesitan rezar bajo la colcha ni disfrazar el Rosario en forma de tarjeta de crédito. Están orgullosos de ser personas, libres, auténticas, verticales. Su fe, sí, es digna de crédito.
Abílio Pina Ribeiro, cmf
(FOTO: Markus Winkler)