Una cuestión de género

La Comisión de Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal organiza desde hace años unas jornadas de “cine espiritual”, en las que participan muchos jóvenes de centros educativos. Pretenden acercar a la juventud a un tipo de cine que no suelen ver, y que transmite valores y una visión de la existencia, enfocada desde la positividad y el crecimiento personal. En la edición del próximo año incluyen en la programación la película que hoy comentamos. ¿Por qué Una cuestión de género puede ser considerada “cine espiritual”?

Muchas veces el cine se ha acercado a la realidad de la discriminación por razones de género. El cine no ha inventado nada. Simplemente se acerca a la vida y observa lo que sucede. La lucha por la igualdad entre hombres y mujeres forma parte, no solo de la realidad social en el último siglo, sino también de la plasmación en imágenes por parte de muchos cineastas. Sufragistas o La batalla de los sexos son dos ejemplos, más o menos recientes, que se han acercado a ello, aunque desde planteamientos muy diferentes. Como en los casos mencionados, una historia real se erige en arquetipo de una actitud, unos valores, la defensa de unos derechos. Una cuestión de género es un relato que pretende reflejar fielmente el itinerario vital y profesional de Ruth Bader Ginsburg, jueza del Tribunal Supremo de EEUU desde 1993. Estudiante de leyes en Harvard en los primeros tiempos del acceso de las mujeres a dicha institución, posteriormente abogada y defensora de causas que, en el contexto de su país, encajan dentro del término “liberal”: aborto, derechos de los homosexuales, discriminación por sexo…

La película, en línea con muchas otras que se mueven en el terreno legislativo y se contextualizan en tribunales de justicia, es muy discursiva. Ello obliga al espectador a mantener la atención para no perder el hilo del razonamiento de sus protagonistas. La honestidad de su protagonista y la presentación que la realizadora Mimi Leder hace de ella nos predispone a la empatía con sus propuestas. El guion, que sigue fielmente la evolución desde sus años jóvenes hasta su primer gran triunfo ante un tribunal de apelaciones, apenas se detiene con hondura en las dificultades o esfuerzos necesarios para lograr sus objetivos. Las elipsis temporales se van sucediendo para abarcar varias décadas de vida, los acontecimientos se desarrollan sin detenerse demasiado en ellos, destacando poco los sinsabores, las penas, dudas y dificultades que, sin duda, han jalonado la vida de esta mujer ejemplar. El proceso de enfermedad del marido de la protagonista apenas deja huella y parece reducirse a una anécdota que no tiene relevancia.

¿Dónde radica la espiritualidad de esta película? Es una cuestión a tener en cuenta. Porque no hay en ella planteamientos confesionales de ningún tipo, ni se aborda la experiencia religiosa de manera directa, ni siquiera tangencial. Tal vez, el ‘espíritu’ que propone esta película reside en cierta actitud positiva ante la vida, y la preocupación sincera por el bienestar de sus semejantes, más allá de tintes ideológicos, que indudablemente también están en el fondo de la trama.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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