Una bolsa de canicas. La canción de los nombres olvidados

¿Qué motivo justifica que una película en la que el holocausto judío es centro de la acción o telón de fondo suscite siempre atención y provoque empatía con las desventuras de sus protagonistas?

Recientemente he podido ver dos ejemplos de este sentimiento: Una bolsa de canicas y La canción de los nombres olvidados. En ambas late la presencia de la persecución y el exterminio, aunque el tono es muy diferente. La primera narra la historia (real) de dos hermanos judíos franceses que junto a su familia viven en un éxodo frecuente huyendo de la amenaza de la deportación. Se trata de una situación límite que nos predispone a empatizar con sus protagonistas. La lectura de los diarios de Etty Hillesum, o las memorias de Eva Schloss, nos sitúan en esta misma corriente de simpatía. Sin embargo, el tono de la película roza la amabilidad, las tensiones previsibles apenas producen incomodidad y, por tanto, no se desencadena ningún proceso de identificación que nos lleve a compartir el dolor y el miedo de sus sufridores viajeros. Hay, no obstante, algunos apuntes valiosos en la interpretación de sus jóvenes protagonistas, en el modo como van sorteando los peligros de su incierto camino, y en la actitud demostrada cuando la derrota de los nazis y sus colaboradores es un hecho. Es una película agradable de ver, aun en el extremo sinsentido que cuenta.

Por otro lado, La canción de los nombres olvidados, nos sitúa en el holocausto como historia vivida, insistiendo más en sus consecuencias que en las circunstancias vividas por los judíos perseguidos. Un niño judío polaco, virtuoso del violín, es llevado por su familia a Londres, donde se educará y perfeccionará la práctica musical, mientras su familia regresa a Polonia, sin que volvamos a saber nada de ellos hasta un momento muy posterior. El niño es acogido y cuidado por sus anfitriones londinenses. Perfecciona su técnica y se convierte en un violinista consumado. El día que va a ofrecer su primer concierto público desaparece sin dejar rastro. El hijo de la familia que le acogió inicia una larga búsqueda para encontrarle. Y no continúo para no desentrañar más de lo debido la interesante historia. En este caso, la evolución de la narración, la interpretación de sus protagonistas y otros aspectos colaterales, como la música y alguna escena particular, ayuda a sintonizar y compartir el dolor que sufrieron quienes vieron el final de sus días en algún campo de exterminio del este de Europa.

Hay un matiz que diferencia las dos películas. En ambas se subraya el sufrimiento, aunque de distinta forma como he dicho; en Una bolsa de canicas se resuelve tiñendo el dolor de esperanza (subraya en sus imágenes cierto tono de comedia que parece desentonar de la crudeza de la realidad), mientras que en La canción de los nombres olvidados el dolor se enquista en las entrañas de su protagonista y no le abandona a pesar de los años transcurridos, envuelto en nostalgia y sentimiento de pérdida.

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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