Un pueblo y su rey

La Revolución francesa ha sido uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia humana. Supuso una gran transformación del modo de interpretar la intervención de las clases populares en la vida pública y, como sabemos, dio paso a una nueva mentalidad que puso fin a las monarquías absolutas abriendo la puerta a un modo diferente de entender el mundo. Un suceso así no podía quedar fuera del interés de los cineastas que efectivamente se han acercado a él desde distintas perspectivas: Jean Renoir con La Marsellesa, Ettore Scola con La noche de Varennes, Sofia Coppola con Maria Antonieta, Benoît Jacquot con Adiós a la reina, o Andrezj Wajda con Danton son algunos ejemplos del interés que ha suscitado. Un pueblo y su rey es la particular versión del acontecimiento del realizador Pierre Schoeller. Si bien las películas citadas se acercaron a la revolución fijando su mirada en aspectos tangenciales centrados en sucesos muy precisos, en este caso la intención del realizador es ofrecer un panorama global. Eso provoca un aluvión de hechos (toma de la Bastilla, constitución de la Asamblea Nacional, promulgación de los Derechos del Hombre y el ciudadano, creación de la Convención, entre otros) que puede saturar de información al espectador poco avisado. No obstante, hay un punto destacado en la película que merece ser resaltado: no está centrada solo en las decisiones políticas tomadas por quienes lideraron la revolución, sino que ocupa un lugar sobresaliente el pueblo llano (los llamados sans-culottes), particularmente las mujeres, que recibieron la revolución como un estallido de esperanza y deseos de cambio y participaron no solo en las revueltas callejeras, sino en los espacios de debate creados para dotar de leyes el nuevo régimen que estaba naciendo. Por eso, junto a figuras sobresalientes mencionadas en los libros de historia (Robespierre, Danton o Marat) ocupan un lugar singular hombres y mujeres anónimos, representados aquí en artesanos, sirvientes, costureras, lavanderas y otros.

No podemos negar el esfuerzo didáctico del realizador (autor también del guion) por presentar de manera sucinta pero rigurosa los hechos. Así la película se detiene, tal vez en exceso, en el debate sucedido en la Convención respecto a la oportunidad o no de acabar con la vida del rey como símbolo del fin definitivo de una era. Así vemos desfilar a un número grande de representantes de diversos departamentos y ciudades (sobreimpresionados sus nombres) expresando su parecer sobre el destino del monarca. Y lo mismo sucede con la recreación de la ejecución de Luis XVI. Imaginamos que todo ello responde a un intento de documentar fiablemente lo que se cuenta. Por ello, en todo o en parte, Un pueblo y su rey puede considerarse una lección de historia que gustará a los interesados por dicha disciplina.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

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