Un mundo normal

Un antiguo texto de teoría de cine afirmaba que en el origen de una película existe una idea que quiere desarrollarse. Y un director que desea decir algo y hacerlo sirviéndose del lenguaje maleable de los fotogramas.

Un mundo normal, la última película del realizador Achero Mañas (que no se prodiga demasiado, más bien casi nada: apenas cuatro películas en veinte años) podríamos decir que es un cine de tesis sin resultar cargante ni engorroso. Plantea un serio dilema entre lo políticamente correcto e incorrecto, ubicándolo en una historia cercana y reconocible, aunque el detonante de la narración pueda resultar casi esperpéntico. Afirmar esto último ya implica una toma de posición ante el talante de su protagonista.

Ernesto (interpretado por Ernesto Alterio) es un director teatral que hace gala de no plegarse a las exigencias de alguna forma de comercialidad. Detesta lo que se entiende normal, se postula en contra de la tecnología que invade las vidas de tantos y, en fin, anhela eso tan simple que es ser fiel a sí mismo, lo que no impide que acabe por aceptar una serie de televisión en la que no cree. Tiene una buena maestra de quien ha aprendido. Su madre, una anciana rebelde y muy poco ajustada a norma alguna (a la que interpreta Magüi Mira) le ha mostrado ese camino de heterodoxia por el que quiere transitar. Pero además Ernesto está intentando recuperarse de un fracaso matrimonial que aún se mantiene caliente. En suma, se encuentra en un estado de confusión existencial del que no sabe muy bien cómo salir.

Y el pretexto o la circunstancia que le empuja a lo insólito es la petición extraña, y puede ser irreverente, de su madre que le pide que, cuando muera, no la entierren ni la incineren, sino que la tiren al mar. Literalmente. Y le hace prometer a su hijo que lo hará. La promesa de Ernesto más parece brotar del deseo de complacerla. Pero la madre muere y hay que cumplir las promesas. Así, el día del entierro se embarca en un viaje hacia el mar de Altea acompañado de su hija Cloe (a la que interpreta con espontaneidad la actriz Gala Amyach) que parece más entera que él e intenta convencerlo de lo irracional de su intento. Ernesto podría ser entendido como el alter ego del director y si añadimos que su propia hija interpreta a la hija del protagonista, podemos atisbar la raíz autobiográfica que contiene la película (no tanto por la situación concreta, cuanto por la idea que sostiene). La dedicatoria final (A mi madre, que también tiró la televisión por la ventana) parece corroborar esta interpretación.

Un mundo normal se deja ver con agrado. Tiene toques de comedia e interpretaciones más que correctas (Ernesto Alterio ha sido recientemente nominado al Goya como mejor actor protagonista). Y aunque en algún momento se revela algo doctrinaria, esto no empequeñece la validez de una propuesta a contracorriente.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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