Un lugar para el Crucifijo

Hace unos dos años en la prensa aparecía una noticia que no era ni primicia, ni mucho menos la única, ni en absoluto novedosa. Si la recuerdo es porque muestra cómo se vienen instalando ciertos “dogmas” en el imaginario colectivo de nuestro pueblo, adquiriendo el carácter de evidentes y, por tanto, inamovibles. Esta fue la noticia: Héctor, un adolescente de 14 años de un pueblo de Córdoba,  al inicio del curso escolar escribió al equipo directivo de su instituto alegando que «ya no podía más» con los crucifijos en las aulas. Posteriormente, acompañado por una asociación laica, presentó ante la sede administrativa un escrito denunciando la presencia de simbología religiosa en su centro educativo. En su declaración indicaba literalmente: «Son ustedes los que deben velar para que nosotros tengamos todos los derechos y libertades reconocidos por la Constitución, la Convención de los Derechos del Niño y el Estatuto de Autonomía…”.

La noticia se remonta a tiempo atrás, pero el problema sigue abierto. Ni se plantea el acercamiento entre las posturas y menos en estos tiempos de polarización. Si un crucifijo molesta, todo símbolo religioso se puede cuestionar: ¿Se debe prohibir el canto de villancicos en la vía pública? ¿Podremos llevar una medalla en el cuello? ¿Habrá que destruir o camuflar la Sagrada Familia, la fachada del Obradoiro o las catedrales? ¿Tendremos que instar para que sea retirada del público cualquier obra del Museo del Prado de temática religiosa? ¿Deberá cambiarse el escudo del Principado de Asturias y el de tantos de nuestros pueblos, calles o lugares?

El debate está ahora silenciado, pero no resuelto. El principio de respeto y tolerancia al distinto parece que no cabe respecto a lo religioso. Cierto secularismo agresivo, atizado por intereses políticos, persiste en eliminar los símbolos humanos e históricos instalándonos en un espacio cultural vacío. Se instaura de esta manera una cultura amnésica de su pasado histórico, y totalmente incolora, aséptica, y basada en la nada que es inofensiva por inexistente.

Hay voces proféticas que se alzan. Una escritora, Natalia Ginzburg, judía y antifascista, escribía hace tiempo en el diario L’Unitá del país transalpino: “El cristianismo no engendra ninguna discriminación. Calla. Es la imagen de la revolución cristiana que ha esparcido por el mundo la idea de la igualdad entre los hombres, hasta entonces ausente. La revolución cristiana ha cambiado el mundo. ¿Queremos negar que el mundo ha cambiado? Hace casi dos mil años que decir: “antes de Cristo” y “después de Cristo”. El crucifijo es el signo del dolor humano… El crucifijo forma parte de la historia del mundo”. Este signo que ha cambiado el mundo, ¿no es acaso una lección necesaria más que una voz simbólica que acallar? Las minorías tienen sus derechos, que no deben ser conculcados. Pero también los tienen las mayorías, especialmente ante símbolos tan relevantes para nuestra historia y no solo para el cristianismo.

Juan Carlos cmf

(FOTO: Vanesa Guerrero, rpm)

 

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