Ramón y Céline, joven pareja, decidieron acudir a la sala Bataclán de París la noche del 13 de noviembre de 2015. Sabemos que un ataque yihadista acabó con la vida de 130 personas que, como ellos, disfrutaban del concierto que se estaba celebrando. Ramón y Céline lograron salir con vida de aquel infierno, pero sus vidas no volvieron a ser las mismas. Ramón, de origen español, escribió un libro sobre la experiencia en el que se ha basado el realizador Isaki Lacuesta para realizar Un año, una noche, una película que desde ahora recomiendo vivamente, aunque no es fácil de contemplar en algunos pasajes de la misma.
No destripo nada diciendo que del atentado solo atisbamos retazos (ni huella de los terroristas, lo cual se agradece; ni huella de cuerpos asesinados, lo que también es de agradecer). Y también señalo que la estructura de la película no es lineal. De hecho, comienza con la joven pareja caminando como espectros, envueltos en mantas térmicas, en la noche parisina que se presume fría y solitaria, llena de amargos presagios, con los ecos de los disparos y el miedo retumbando en sus mentes absortas e incrédulas.
Así comienza la película. En una noche que se prolonga muchos días y que regresa inesperadamente con su carga de miedo y ansiedad. Al estar basada en el libro escrito por él, buena parte de la película carga las tintas en los sentimientos de Ramón, en sus ataques de ansiedad, su imposibilidad de olvidar, su querer recrear detalles precisos de lo sucedido. Como si la noche se extendiera en muchos días sucesivos. Céline acompaña el dolor de Ramón, apoya, quiere olvidar, poner cara al futuro desde una pantalla de olvido. Sin embargo, también ella terminará por sucumbir y reconocer la dureza de retomar su vida (es emocionalmente intensa la interpretación de Noemi Mérlant en una de las últimas secuencias), angustiada y necesitada de recomponerse.
Continuamente volvemos al pasado y regresamos al presente, sin que podamos hablar de flashbacks al uso. Pasado (la noche triste) y presente (cada día durante el año siguiente) se funden, se interrelacionan, se completan y como un puzzle van ofreciendo al espectador una narración pautada de lo sentido entonces y ahora. Y en el marasmo de recuerdos, la relación de Ramón y Céline va adoleciendo, va sucumbiendo al cansancio, al dolor tan repetido, a la conciencia, más por parte de ella, de que juntos no podrán derribar el muro de dolor que los separa.
Isaki Lacuesta construye una película riquísima en matices, dolorosa en la exposición de sentimientos, gracias a la interpretación de sus protagonistas que expresan la carga emocional de quien se siente incapaz de remontar el vuelo tras una caída tan brutal.
Antonio Venceslá Toro, cmf