En alguno de los documentos que ha publicado el Papa Francisco ha hecho referencia en alguna ocasión a la situación sufrida por muchas personas que, dice, sufren “una tristeza infinita”. Las personas que conoceremos al ver Tres pisos padecen ese mal.

El realizador italiano Nanni Moretti es uno de los exponentes más lúcidos del cine italiano. En sus películas, que antaño abordaban asuntos desde una perspectiva autobiográfica, diseccionaba la realidad de su país con sentido crítico. En 2001 realizó en La habitación del hijo una película que abordaba la angustia de la pérdida de un hijo en el seno de una familia de clase media. Esa mirada al núcleo familiar y a las angustias que se viven en su seno es retomada en su última película Tres pisos, basada en una novela de un escritor israelí, donde nos ofrece una radiografía social de un grupo de seres aquejados de diversos males (la tristeza infinita referida), que tienen que ver con la paternidad/maternidad y su relación con el entorno afectivo en el que se mueven.

Habitan los pisos del edificio donde suceden los acontecimientos varias familias: en uno, un juez inflexible y su esposa no saben cómo afrontar la conciencia de una educación errada que ha convertido a su hijo en un ser distante y egoísta; en otro, un padre alberga la sospecha del abuso sufrido por su hija pequeña a manos de un vecino anciano, aunque tal vez solo exista en su imaginación; en el tercero, una madre primeriza lidia con sus miedos a la enfermedad y la demencia y con la ausencia de un marido lejano por razones laborales.

Todos viven en el mismo edificio y ello facilita que las historias, que apenas interrelacionan, se sucedan con fluidez y atraigan la atención del espectador. No es ajeno a ello la interpretación de sus protagonistas, entre los que se cuenta el propio realizador, que transmiten la conmoción de sus personajes y la amargura que se ha ido adueñando de sus vidas.

La división de la película en tres partes, marcadas por el lapso temporal de cinco años que separa cada una, nos permite asistir a la evolución de los acontecimientos, privándonos de participar con los personajes de algunos hechos trascendentales (un divorcio, un fallecimiento, un embarazo) de los que se nos informa como algo sucedido sin que hayamos vivido con sus protagonistas el desarrollo de los hechos. Esto provoca la sensación de que las dos elipsis aligeran el peso que soportan y de paso impiden acompañarlos en sus angustias. Es cierto, no obstante, que esta opción abrevia la duración de la película que resultaría bastante más larga si se hubiera detenido en otros pormenores. Por otro lado, da la impresión que la resolución de los conflictos planteados no está justificada plenamente en algún caso. Aunque es de agradecer que finalizada la película quede un regusto de cierto optimismo o esperanza, que ayuda a aliviar las penas de sus sufridos protagonistas.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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