Tres miradas de María

En estos días de Navidad no dejan de preocuparnos las noticias de pandemias y de crisis. Me pregunto si es honesto esconder y maquillar tantos malos agüeros con purpurinas, velitas o frases de calendario. Os invito a asomaros con esta pregunta a la primera navidad que narran los evangelios. A María le llegó la hora de dar a luz, cargada de problemas y en medio de una soledad glacial. No tuvo mejor fortuna que cualquiera de nosotros. Abocada a un difícil conflicto matrimonial, no se le ahorraron duros interrogantes y turbaciones en su fe; experimentó el rechazo y la marginación con el portazo de la posada; fue arrinconada en la miseria maloliente de un establo para dar a luz; conoció la crueldad infanticida de los gobernantes y las penalidades de huidas y exilios… ¿Le quedó alguna amargura más por probar?

Y, sorprendentemente, el evangelio de la navidad es un canto a la alegría. En Belén María vivió una rarísima experiencia de luz y de amor. Dios mantuvo su corazón en brasas en medio del gélido frío reinante. Ni una sola queja, ni la más mínima amargura aparecen por ningún lado. Belén fue lugar de ángeles, no de demonios. María es la mujer que siempre bendice y jamás acusa. En el establo junto a Jesús ya nacido, ella calla y contempla. No tenía ojos más que para su hijo. ¿Qué guarda, María, en su silencio? ¿Qué esconde en los rincones de su corazón?

  • Mira a Jesús y ve qué pequeño se hace Dios. O mejor qué grande es ese Dios que se hace tan pequeño… Porque es Dios en persona. Mira la Palabra… ¡pero no sabía hablar! El Camino… ¡pero no sabía andar! La Vida… ¡pero necesitaba amamantarse para no morir! El Creador de sol… ¡pero tiritaba de frío!… María miraba y miraba sin entender nada, pero creía y adoraba.
  • Mira al bebé y contempla que en todo nacido de mujer está Dios. En todo ser humano, por estropeado que esté, vive Dios. Lo rubricó el filósofo más tarde: “Si Dios se ha hecho hombre, ser hombre es la cosa más grande que se puede ser”. María miraba y sin saber cómo explicarlo, se sintió feliz al comprobar que Dios no nos había abandonado. El jamás desprecia nada de lo que ha creado.
  • Mira y remira cuánta pobreza hay a su alrededor. Casi sin familia, sin casa, sin medios, sin ayudas, sin compañía, sin milagros de Dios… En la más total pobreza, María guarda, le da vueltas en su corazón y almacena lo que vive como quien amontona un tesoro. Miraba y abrazaba a su hijo pobre con miedo de romper lo más precioso… y en silencio repetía su segundo “Amén”.

En aquella primera Nochebuena el fulgurante Yahvé de la zarza ardiendo se hizo fuego en el regazo de una Virgen, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón de alegría. Ojalá que la Navidad no nos sorprenda excesivamente ocupados en pudrirnos recontando calamidades sin llegar a descubrir tanta alegría en medio de tanta basura.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Il ragazzo)

 

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