Esta primera semana de julio ofrece una jugosa serie de conmemoraciones impactantes: Santo Tomás, apóstol (3 de Julio), el hombre de la duda y de la fe; Santa Isabel (8 de Julio), la Reina pacificadora de Portugal y madre de los pobres; Santa María Goretti (6 de Julio), la niña mártir de la castidad; San Fermín (7 de Julio), el primer obispo de Pamplona y padre de los «sanfermines» de hoy.
Es difícil plantear unas «primarias» entre las vidas de estos hombres y mujeres para concretar aquella que pueda tener un mensaje más significativo para los hombres y mujeres católicos de 2018.
Nos decidimos por el primero en el tiempo: Santo Tomás, el apóstol. El Mellizo, como le llamaban sus paisanos y conocidos, que siendo el más lejano temporalmente tiene, sin embargo, mensajes esenciales para nosotros.
Valentía, el primero. Cuando subían hacia Jerusalén y Jesús anuncia lo que le espera allí, Tomás anima al grupo: «Vayamos también nosotros y muramos con Él». En este tiempo nuestro tan anodino, desnortado y cobarde, el testimonio de quien dice que sigue a Jesús requiere mucha valentía si ha de ser creíble.
Sinceridad, el segundo, que manifiesta cuando francamente dice no entender lo que Jesús les acaba de decir: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?» Sinceridad que merece la admirable respuesta de Jesús. «Yo soy el camino, la verdad y la vida».
Cuando le aseguran haber visto al Señor resucitado, Tomás es honesto y sincero: «si no lo veo, no lo creo». A los ocho días el Señor premia esa sinceridad y provoca la estremecedora confesión que entra hasta lo más hondo de la divinidad: ¡Señor mío, y Dios mío!»
¿Cómo ando de sinceridad en mi vida de fe? Sinceridad para con Dios. Sinceridad para con mis hermanos en la fe. ¡Hay tanta hipocresía! A Jesús lo ponían malo los hipócritas.
Carlos Díaz Muñiz, cmf