¿TODOS MALOS?

En aquel domingo la lectura del Evangelio terminaba con esta perla: «Si vosotros, que sois malos, dais cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del Cielo nos dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!».

El celebrante se olvidó del Padre celestial, del Espíritu Santo, de la oración, de la confianza, de la fuente de consuelo y de la alegría que brotan del texto sagrado. Sólo se fijó en el paréntesis: «Vosotros que sois malos». El tema de la homilía: «Sois malos». Jesús lo declara abiertamente. Una verdad tan clara como el sol. El oráculo del Evangelio, la palabra de Dios.

No me extraña que algunos feligreses se dieran la vuelta y salieran de la iglesia. En un caso así, el humorista Cortés preguntaría: «¿Cómo se puede estar bien con la Iglesia, cuando la Iglesia está tan mal con el Evangelio?

Me recordé de otro predicador que, cuando yo era niño, fue gritando desde el púlpito en un sermón que los taberneros, cuando murieran, irían al infierno cayendo como cometas. ¡Qué gran problema causó eso en mi casa! Mi padre era tabernero, y no veía allí gran problema para su alma. Pero, por si acaso, antes de que yo cantara la misa, tuvo el cuidado de pasar el estanco  a mi hermana pequeña, porque las amenazas del misionero nunca más dejaron de martillar en su cabeza.  Las tabernas, los bailes, las veladas, las citas… todas malas.

Por esas y por otras, no me gusta mucho el libro de ‘Cohelet’. ‘Cohelet’ significa predicador, el que habla en la asamblea. El Cohelet de la Biblia, un pesimista, un paraguas sin varillas, proclamaba a los cuatro vientos que la vida no tiene sentido. La riqueza y la ciencia, todo inútil. La única felicidad sobre la tierra: la comida, la siesta y la reinación. Todo malo.

Bien entendido, no es Dios que dice tales cosas; son algunos predicadores, algunos coeletes. En el siglo XVII, el jesuita Baltasar Gracián escribía desde Zaragoza: «Aquí nos guarda Nuestra Señora en la aflicción de la peste, aunque medran los pecados. Los habitantes son todos asesinos y ladrones, que del sexto ya nadie hace caso. No “hacían caso” del sexto mandamiento. Ni del séptimo ni del octavo. Todos pícaros, todos malvados.

Los estudiosos consideran a Gracián un escritor moderno. Aún hoy, en verdad, tiene discípulos a granel. La plaga del jansenismo se extiende por ahí. Cornelius Jansenius (1585-1638) proclamó un Dios inaccesible y oscuro, una Iglesia como círculo de elegidos y una naturaleza humana totalmente corrompida.  Una religión de tristeza y terror.

¿Recuerdan al hombre que murió y se puso las gafas de Dios Padre? Empezó a ver cosas que nunca había visto antes: las infidelidades de su mujer, las traiciones de su mejor amigo. Furioso, estaba a punto de fulminar la tierra, cuando Dios, el Abba, se le apareció y le advirtió: «No hace daño ponerme mis gafas divinas. Pero con una condición: que pongas también mi corazón. Juan XXIII puso el corazón de Dios y así conmovió al mundo con toneladas de bondad.

Dios envía el sol para los buenos y para los malos, y la lluvia para los justos y para los injustos. Porque para Él no hay personas injustas ni traviesas. Todos buenos, porque son sólo hijos. Todos buenos, porque Él no sabe hacer otra cosa que ser Padre. Aunque huyan de casa, siempre les espera un corazón, una sonrisa, un abrazo, una fiesta.

La misericordia es la gran definición del corazón divino. Dicen que la palabra rahamîn – el equivalente hebreo de misericordia – tiene que ver con la placenta materna. Podemos atribuir a Dios, elevados a potencia infinita, los mejores sentimientos maternales. Para las madres, todos los hijos tienen un corazón de oro.

¿Por qué demonios los hijos de la luz tienen que ver todo oscuro? ¿Por qué hemos de ser tan gruñones, espinosos, severos, con la pretensión, además, de estar en la verdad? ¿De dónde viene esta furia inquisitorial, dispuesta a infligir torturas y condenar a la hoguera?

Las preguntas podrían multiplicarse: ¿Por qué se predica tanto: «Recuerda que tienes de morir»?, y no se añade enseguida: «pero no te olvides de vivir»? ¿No sería más atractiva la vida cristiana si le echáramos unas gotas más de vida? ¿Por qué no pensamos que salvar el alma no basta para quien ha recibido de Dios un poco más que el alma?

Los escritos de Teresa de Ávila – esa mujer fragante, doctora de la Iglesia – fueron considerados por el Santo Oficio como «embustes y engaños muy perjudiciales a la república cristiana». ¿Saben lo que enseñaba ella? «Tengo más miedo de los que tan grande lo tienen del demonio que del propio demonio”.

Y reprendía así a una priora que había prohibido contar chistes en el monasterio: «¡Santo Dios, adónde hemos llegado! No basta con ser tontos por naturaleza, ¡que aún aspiramos a ser tontos por gracia divina!».

Dios es Verdad, Ternura, Paz, Fuente de vida. Para parecernos a Él no necesitamos vestirnos de negro. Mucho menos de ver todo oscuro. Que, a la vista del universo que ha creado, no le gusta mucho ese color.

 

Abílio Pina Ribeiro, cmf

(FOTO: Àlex Rodriguez)

 

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