The Florida Project

Alguien escribió que la infancia es el territorio de la vida; después viene la supervivencia. No sé si el autor de ese pensamiento vivió una infancia semejante a la de los personajes que pueblan las imágenes de The Florida Project. Porque esta película va de niños supervivientes, de infancias marcadas por la necesidad y la carencia; pero también de infancias llenas de sueños, estrategias para salir adelante, risas, complicidades, travesuras y, muy al final, lágrimas que rompen el alma y reconcilian por fin al espectador con una niña singular, que en un prodigio de interpretación protagoniza la película.

En los arrabales de la sociedad opulenta, simbólicamente a las puertas de Disneyworld, vive una madre soltera, malhablada, agresiva, con nulos referentes éticos, en busca permanente de unos dólares para continuar malviviendo; junto a ella, una niña de 6 años, su hija, como un calco de sí misma, un reflejo de quien fue, como ella es un adelanto de lo que la pequeña será en el futuro.

La niña, junto a otros pequeños, vive un verano sin cortapisas, ocupada en juegos, paseos por los alrededores del complejo hotelero donde vive con su madre, alguna que otra travesura, muchas risas, poca conciencia de su necesidad y ningún sentimiento de vivir un presente sin futuro reconocible.

Madre e hija deambulan sin rumbo, trapicheando para conseguir algo de dinero que les permita pagar el alquiler, conseguir algo de comida, o simplemente darse caprichos innecesarios, porque parece que el ahora no va a tener final y más allá del presente solo hay vacío.

Excepto un personaje, el gerente del motel que se erige en una figura parecida a un ángel de la guardia para esos niños y sus madres, encontramos en The Florida Project figuras ambiguas, supervivientes a su pesar, buscadores de satisfacciones provisionales, excluidos del sueño que todos persiguen, y que, convertido en pesadilla, termina por asfixiarles en un sinsentido continuado.

Planteado todo como he reflejado, puede dar la impresión de hallarnos ante una película cruda, amarga y de visionado desagradable. No es así. Tal vez he insistido mucho en las zonas oscuras del relato, pero la inconsciencia infantil de la niña y de su madre, hacen que la narración quede desprovista de tensión, para acercarse más bien a un cuento que solo puede terminar bien si eludimos la realidad y, como la protagonista, nos refugiamos en un mundo de ilusiones, de imprevisibles consecuencias.

Antonio Venceslá, cmf

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