Ya he comentado en alguna ocasión que el cine español, a diferencia de otras cinematografías, no suele prodigarse en producir películas que aborden la vida de hombres o mujeres ejemplares por su testimonio de fe y vida cristiana. Las películas realizadas por Pablo Moreno, Claret o Un dios prohibido, entre otras, son excepciones en este yermo panorama.

Resulta esclarecedor que las pocas muestras que hay se acerquen con frecuencia a la vida y experiencia de santa Teresa de Jesús. Es digna de verse la serie que, interpretada por Concha Velasco, realizó Josefina Molina en 1984 para TVE, un acercamiento riguroso y muy didáctico a la santa de Ávila, que sigue siendo a mi juicio la representación más fiel y accesible de su vida. Posteriormente en estos cuarenta años se han producido, que yo sepa, cuatro largometrajes sobre ella (una frecuencia sorprendente): Ray Lóriga con El cuerpo de Cristo, Rafael Gordon, con Teresa, Teresa, Jorge Dorado con Teresa (un interesante intento de hacerla accesible con el lenguaje y el contexto de una adolescente) y recientemente Paula Ortiz, con la película del mismo título, Teresa. En esta última me voy a detener.

Basada en una obra teatral de Juan Mayorga, La lengua en pedazos, Paula Ortiz se ha acercado a la figura de Teresa de Jesús desde un característico acabado formal que ya dejó evidente en La novia, su versión de Bodas de sangre. Una fotografía muy cuidada, tenebrista unas veces, luminosa otras (sobre todo cuando ilustra la infancia y juventud de la santa), acompaña un texto muy denso (no resulta fácil seguirlo en ocasiones) que relata el diálogo, tenso y lleno de fuerza por ambas partes, de Teresa con el inquisidor, empeñado en poner fin a la experiencia reformadora que inició en el monasterio de San José de Ávila. Abundan imágenes cargadas de simbolismo acompañando las palabras de sus protagonistas.

Todo comienza en la cocina del convento al hilo del aserto teresiano que “Dios también está entre pucheros” y continúa por el claustro, la capilla, la celda de la santa, sazonando sus diálogos con otras frases que han tenido resonancia hasta hoy: ‘la imaginación es la loca de la casa’; la oración mental como tratado de amistad con quien nos ama; o el consabido ‘Nada te turbe…’ respuesta de la asediada monja a las insidias del taimado inquisidor.

La altura interpretativa de Blanca Portillo, Greta Fernández y Asier Etxeandia puede facilitar el acercamiento a una película que entra en el mundo interior de Santa Teresa, sin caer en recursos fáciles, ni coartadas realistas. El estilo de esta Teresa y la obra teatral que la inspira está muy lejos de la versión de Josefina Molina que ofrecía un seguimiento fiel de la experiencia teresiana. Aquí Juan Mayorga y Paula Ortiz (uno desde el texto, y otra desde la imagen) ofrecen una mirada llena de respeto, que no elude más bien potencia diversos aspectos de su vida y su afán de abrir senderos innovadores en un mundo muy marcado por las convenciones y, a tono con nuestro tiempo, subraya la lucha que afrontó para que fuera reconocido su camino, a pesar de su origen familiar sospechoso, su condición de mujer en la machista sociedad del siglo XVI, o sus experiencias religiosas puestas en cuestión por quienes gustaban transitar por caminos trillados y lugares comunes. La Teresa de esta película (que Blanca Portillo interpreta con vehemencia y una mezcla de miedo, entereza y decisión) es una figura muy de todo tiempo. Su convencimiento no está reñido con la duda, pero ello no impide que se muestre valerosa y se entregue con pasión a la búsqueda de caminos por los que encontrar salida a los sueños que Dios sembró en ella, siendo así inspiradora, entonces y ahora, de un modo de vivir nada conforme con la cultura en la que vivió y en la que vivimos.

Interesará a quienes gusten de un cine de calidad, de ritmo pausado, poder simbólico e interpretaciones poderosas; por lo mismo, tal vez decepcione a quienes deseen una Teresa envuelta en soluciones llevaderas, como una hagiografía de otro tiempo. Es que Blanca Portillo poco tiene que ver con Concha Velasco, siendo las dos encarnaciones mayúsculas de una mujer portentosa.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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