TE ENCOMIENDO LAS SENDAS CALCINADAS

Te encomiendo los lirios y el romero,

Las rojas rosas y un jardín de espigas

Donde muere la luna

Y anoche el amor entre bucares

Como una gaviota solitaria

En un cielo sin límites.

 

Te encomiendo las sendas calcinadas,

El agua de los tilos incipientes

Y las primeras luces

De un alba descendida como un beso…;

La arcilla sudorosa de los ríos

Y el musgo de la piedra dolorida.

 

(Me quedan las palabras

para tejer la seda de mis horas

como una sombra iluminada

que proteja mis sueños)

 

Te encomiendo los llantos,

Y el cauce trasparente de las lágrimas,

La espada blanda y el cristal del viento,

Los ríos navegables de la sangre,

La paz y su herramienta,

La voz y sus silencios,

Los andamios del alma y su techumbre,

Los dolores ocultos y sus pétalos,

La caída del agua sobre un papel-ceniza

Y los versos heridos en su raíz más honda.

 

(Me queda aún la voz

para amasar el barro de mis años

como una luna sudorosa

que ilumine mis noches)

 

Te encomiendo la vida y sus telares,

Las redes y los mares asombrados,

El nombre de las olas

Y las constelaciones,

Ingeniero de lunas y de estrellas,

Perito en azahares y romeros,

Arquitecto de sendas y caminos,

Hermano en el dolor y sus costumbres…

Te encomiendo de nuevo las rojas rosas

Y la tierra que pisas mansamente,

Las estancias vacías y los ecos sonoros,

Los turpiales en flor

En las tardes-ceniza,

Y todos los caminos encendidos

Que recorren la noche

Y llenan los vacíos quejumbrosos

Que sorprenden las lágrimas.

 

(Me queda la esperanza

para vivir de pie sobre la tierra

y aguardar ansiosamente

la sorpresa de Dios)

(Caracas. Petare. Febrero. 1988)

 

Blas Márquez Bernal, cmf

(FOTO: Gime Salvatelli)

 

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