TARJETAS DE FE, TARJETAS DE CRÉDITO

La novedad vino en el «Diario de Noticias» y, ¿qué quieren? me dio por reír. En la hermosa patria de Juan Pablo II, Polonia, nació el rosario del siglo XXI: tiene la forma de tarjeta de crédito.

Maciej Salomon, el inventor, está feliz de la vida. El tercio del futuro es mucho más discreto. Se puede utilizar en el autobús, el tren, el avión, la oficina o las salas de espera. Un cristiano se afeita su tercito y nadie le molesta, porque ni siquiera se da cuenta.

Me acordé de João Guitton, uno de los mayores pensadores del siglo XX. Cuando fue llamado a la tropa, en 1921, se planteó un problema: una vez que estoy acostumbrado a rezar mis oraciones de rodillas, al pie de la cama, antes de acostarme, ¿debo hacer lo mismo en el cuartel, exponiéndome al escarnio de los colegas?

Consultó a dos curas amigos. Uno me dio este consejo: «Reza debajo de la colcha, tranquilamente, sin hacer alarde de tu fe, para no provocar inútilmente la irritabilidad de tus compañeros». El otro me dijo precisamente lo contrario: «Es tu obligación de creyente dar ese testimonio, con naturalidad, con humildad, incluso para afirmar el derecho de practicar la fe en público, en un momento en que muchos quieren reducirla a un hecho privado».

Juan Guitton siguió este consejo. Sus colegas no dijeron nada, pero ese gesto los marcó profundamente. Veinte años más tarde, uno de ellos falleció en la montaña y Guitton, ya profesor universitario, fue a presentar condolencias a la familia. El padre del fallecido, también docente universitario y ateo, lo interpeló de este modo: «¿Es usted el que rezaba las oraciones de rodillas al pie de la cama, en el cuartel? Usted es un verdadero creyente».

Me acordé también de Bruce Marshall y de su novela de 1993: El mundo, la carne y el padre Smith. Según el protagonista, «sería bueno que Dios estuviera presente en nuestros salones de baile y en nuestros teatros como está en nuestras iglesias. Pero tenemos miedo de ser nosotros mismos…

Y así cada uno finge ser menos virtuoso de lo que es en realidad. Otrora las personas fingían ser mejores de lo que eran: actualmente se fingen peores. Los hombres de otros tiempos juraban que habían ido a la iglesia el domingo, aunque no hubieran puesto los pies allí; ahora, por el contrario, dicen que el domingo van a practicar el golf y se sentirían mal si los amigos descubren que van a la iglesia».

No es raro, de hecho, oír a machos latinos (y latinas femeninas) alardeando de dar puñaladas en el matrimonio, aunque no se atrevan a poner el pie en rama verde, porque tiemblan solo de pensar en la paliza que recibirían del otro cónyuge. Recuerdan a aquel chico flacucho y fracción que, después de haber llevado cuantas quería, gritaba a los circunstantes: «Agárrenme, que aún mato aquel diablo» (el diablo que le había molido los huesos).

En el fondo, es más bazofia que ruina y más cobardía que otra cosa. Temen que, si son honestos, bien educados, fieles a la palabra o a los contratos, alguien les diga que «¡aún son de los buenos tiempos!».

Pero hay quien hace desvaríos y se glorifica de su inmoralidad y corrupción o de tener inteligencia para robar y engañar al prójimo.

Ante estas cosas, ¿qué nos queda? Sonreír: sonreír de la condición humana, porque, según la Biblia, «la multitud de tontos es enorme». El mundo de hoy crea a estos adultos-adolescentes que pretenden imponerse oponiéndose a los demás, esconder la cobardía bajo la capa del descaro, aparecer grandes y hazañas, cuando están llenos, sí, pero como un neumático…

Y, después, importa ver también la otra parte: la legión de personas luminosas y ardientes que no tienen miedo, antes defienden con gallardía la verdad y la justicia, el honor ajeno o la propia fe; y prefieren el perdón a la venganza, la solidaridad al egoísmo, la sencillez y la mansedumbre al consumismo y a la prepotencia. La esperanza del mundo está en esos hombres y mujeres capaces de abrazar causas «socialmente incorrectas» como la lucha contra el aborto o el llamado «amor libre».

Tal gente no necesita rezar bajo la colcha ni esconder el rosario en forma de tarjeta de crédito. Está orgullosa de ser persona, de ser libre.

 

Abílio Pina Ribeiro, cmf

(FOTO: Milada Vigerova)

 

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