En pleno confinamiento casero provocado por la pandemia que nos asola, parecería adecuado recordar alguna de las películas (hay muchas) que han abordado situaciones semejantes, muchas en clave de ciencia-ficción. Pero lo que nos sucede no es ficción, y esta sección no pretende ser reflejo de la actualidad. Más bien intento fijar la mirada en la realidad que es algo más amplio. Y por esa razón, y además para desintoxicar un poco la tensión, mi propuesta semanal va en una dirección diferente.
Dos jóvenes al borde de la treintena viven en dos apartamentos colindantes en un distrito de París. Pasan al lado todos los días por las calles del barrio, la tienda de comestibles, el metro, pero nunca se cruzan sus miradas. Parecería que se huyen, midiendo cada uno la distancia que debe separarlos. Y cada uno vive su vida, cargando con heridas familiares, desamor, conatos de depresión, o al menos tristeza, que los lleva a la consulta de un terapeuta (ya sería rizar mucho el rizo que fuera el mismo profesional). Las redes sociales actúan de catalizador de sus búsquedas de relación, sin que lleguen a encontrar la satisfacción que buscan y necesitan. Ambos son personajes entrañables, que se hacen cercanos, con quienes nos sentimos a gusto. Desearíamos que llegaran a encontrarse (se parecen tanto y sus inquietudes se entrecruzan en múltiples paralelismos), intuimos que por ahí irá el fin de la historia, pero el realizador Cédric Klapisch se toma su tiempo para que suceda. Entretanto, nos invita a disfrutar de su compañía y a acompañarlos en su vida cotidiana.
“No hay un nosotros si primero no hay dos yo”. Y Tan cerca, tan lejos se detiene en acompañar el yo de cada protagonista. La insatisfacción laboral de Rémy y la insatisfacción emocional de Mélanie (que arrastra las consecuencias de un desengaño amoroso no resuelto) encuentran su equivalencia, así como las situaciones familiares respectivas que les mantienen en una situación de provisionalidad, de búsqueda de un sentido que dé plenitud a sus deseos.
Para conseguir ese acercarse sin llegar a encontrarse, el realizador sabe colocar la cámara en su justo lugar, y hace partícipe al espectador, que sabe más que los protagonistas, de sus cuidados y desvelos por encontrar salida a sus situaciones: Rémy y Mélanie contemplan la ciudad dormida desde la ventana de su respectivo apartamento, mientras ella fuma un cigarrillo, y él aspira el humo que se proyecta desde la ventana vecina… sin que haya más. La escena termina interrumpiendo una posibilidad de encuentro, alarga el tiempo de búsqueda, seguimos acompañándolos.
Son una pareja que se revela amable, caen bien, sufren juntos sin encontrarse, y por fin (lo esperábamos hacía muchos minutos) se encuentran para seguir viviendo juntos y cerca una vida, sin duda mejor y satisfecha. Y nosotros nos alegramos con ellos.
Antonio Venceslá Toro, cmf