Entre la soledad de los arrecifes
mi obrizo nado detengo,
y al consagrar mis naufragios
a los vestigios de esta playa,
las deidades del mar
bañan con su salitre
mi ancho cuerpo.
Náutico de caracolas,
zambullo un verbo marino
en el tridente báculo de Poseidón
que me mira con tristeza.
Él sabe que se han quebrado las olas
en las tempestades acuáticas
de mis penas sonoras,
y que navegaré de nuevo
hacia la ruta azul de las ballenas
que palpitan en mi sangre
como glóbulos titánicos
que agudizan mi respiración terminada.
Mi nado obrizo detengo,
y busco en este mar anochecido
la estrella polar o la cruz del sur…
Quizá la torre de Hércules,
que me indique las ruinas,
los avatares y los corales desbordados
en la bahía de este corazón
que late amorfo,
entre el encanto de las sirenas.
Pero la vejez de un marinero
Intuye sólo rutas y cálculos sombríos
en su deseo de encontrar
una isla de apoyo
a su pérdida de memoria.
Me despojo del cuadrante náutico,
del astrolabio, la calamita
y el vacío de las redes…
De los mitos, las velas
y el viento tempestivo.
Solo, con mi pálpito entre la carne
arropo ese rayo de esperanza
que sigue nadando en el alma marinera.
Amanece,
y las penas van de ola en ola,
y en sus crestas melancólicas
sujetamos como eufóricos bañistas
la tabla de los cálculos serenos
sin encontrar riberas ni residuos
que detengan los remos y el arpón
sobre el pecho clausurado
en la agonía del fracaso.
Poseidón sabe
que al recoger los trozos de mi tabla
el mar entrará por mi boca,
y ya quedará contenido
en la botella de mi cuerpo
sepultado en la isla quebrada
de las arenas esparcidas.
20 de febrero de 2023.
Ramón Uzcátegui Méndez, sc
(FOTO: Dendy Darma Satyazi)
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