Soy «amigo» de mis enemigos

Yo, como todo el mundo, tengo algún que otro enemigo: en el trabajo, en mi círculo de amistades o incluso en mi misma comunidad. No sé si también en mi familia. Lo suelo reconocer porque no me pasa ni una y -lo sospecho- se alegra cuando las cosas me van mal. Decía Víctor Hugo que la palabra “amigo” es, a veces, una palabra vacía de sentido; pero “enemigo”, nunca. Si alguien dijera no tener ningún enemigo pensaría que o no dice la verdad o le pasó lo que a Narváez, el espadón de Loja. En efecto, cuenta Joaquín Leguina que el cura invitó al moribundo general Narváez a confesar sus pecados y a perdonar a sus enemigos antes de abandonar esta vida, pero éste le dijo que era imposible: ¡los había matado a todos!… Pero casos así difícilmente se repiten.

Ya que no podemos evitar a los enemigos, ¿por qué no utilizarlos en beneficio propio? Hay quien los ha comparado con el agua del mar, que, aunque no es potable, alimenta a los peces. Pues también esta gente puede convertirse en un medio que nos haga crecer. ¿De qué manera?

  • Primera ganancia que nos pueden reportar: El que nos quiere mal es el mejor espejo en el que mirarnos, pues nos obliga a tomar conciencia de nuestros actos. La imagen que nos devuelve de nosotros es a menudo la más veraz, pues no está ofuscado por la ceguera aduladora y condescendiente de los amigos. Estos últimos se suelen considerar sinceros, pero los antagonistas realmente lo son. Nuestros rivales, jueces infatigables, no cejan en señalar errores y descubrir nuestros puntos débiles con una rapidez pasmosa. Su denuncia nos advierte de sombras que jamás nos va a advertir quien nos aprecia. Así se fabrica la grandeza.
  • Segunda ganancia; entrenarnos en el autocontrol, necesario para no responder a un ultraje. Morderse la lengua es virtud de fuertes, y de pocos. Si realmente se quiere afligir al que nos odia, basta con poner por obra lo que con cinismo decía O. Wilde: “Perdona siempre a tus enemigos. Nada les enfurecerá más” (O. Wilde). Pero, si no controlamos, lo mejor es situarse muy lejos, que tampoco es mala táctica, para quienes no embridamos nuestros sentimientos heridos.

Los dos argumentos prueban el valor de los antagonistas. Rodeémonos, pues, de amigos auténticos y de enemigos ardientes, pues los primeros nos estimulan con sus elogios, y los segundos, al criticarnos, nos alejan del error. Jesús invitaba desde el evangelio a ser amigos de nuestros enemigos, al recomendar que los amáramos. No decía boberías. Él era muy inteligente…

Juan Carlos Martos, cmf

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