«Señor, no soy quién para que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano».
El centurión que hoy se acerca a Jesús es un pagano, no pertenece al pueblo judío.
Pero se acerca con una fe enorme, con una confianza total y con una humildad muy grande.
Jesús reconoce y valora estas cualidades y le concede lo que le pide. Porque Jesús no hace distinciones de razas ni de pueblos. Dirige su mirada directamente al corazón y sabe valorar lo que hay dentro de él.
El centurión de hoy nos enseña a vivir nuestra fe. Sus palabras las repetimos siempre que participamos en la Eucaristía antes de comulgar: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme».
Díselas al Señor a partir de ahora dando a estas palabras toda su profundidad si no lo has hecho antes.
Él renovará siempre tu esperanza, fortalecerá y aumentará tu fe.
Confía, Dios escucha siempre tu llamada.
Buenos días.
Antonio Sanjuán, cmf