«Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él».
Cuántas veces en el Evangelio se nos habla de lo humilde, de lo pequeño, de lo insignificante, de lo que no cuenta a los ojos del mundo.
Se nos habla de la levadura, del granito de mostaza, de la sencillez para entrar en el Reino de Dios.
Y es que para acercarnos a Jesús necesitamos un corazón sencillo y pequeño como el corazón de un niño.
Nunca entenderemos los sentimientos de Jesús si no acogemos sus palabras con la fe y la confianza que brota de la sencillez de un corazón que no se considera importante sino de un corazón que se sabe pequeño y necesitado de Dios y de los demás. Procura hacerte siempre pequeño. Dios rechaza el corazón soberbio y se vuelca en el corazón humilde. Con ese corazón pequeño y humilde contribuirás a la «revolución de la ternura» a la que nos invita Jesús y de la que tanto está necesitando nuestro mundo. Buenos días.
Antonio Sanjuán, cmf