«Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz».
San Antonio María Claret fue un hombre que ardía en caridad y que abrasaba por donde pasaba.
A San Francisco Javier lo representamos con unas llamaradas saliéndole del pecho.
A San Agustín lo representamos con un corazón ardiendo en la mano.
Son símbolos que nos indican que fueron hombres que pusieron la luz de su fe en el candelero para que todos vieran esa luz. También hoy hay muchas personas cuya lámpara de la fe no la tienen apagada sino muy visible en el candelero y la manifiestan claramente en sus vidas y en sus obras.
La luz de la fe, en la medida en que arde, da más luz y brilla más.
Porque quien tiene luz y cuida la luz tiene más luz.
No dejes que la luz de tu fe se vaya extinguiendo poco a poco porque «al que no tiene incluso lo poco que tiene se le quitará».
Trabájala, cultívala y cuídala.
Cuida tu oración, tu participación en la Eucaristía y frecuenta el sacramento del perdón.
Buenos días.
Antonio Sanjuán, cmf