«Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna…Entonces gritó: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!»… Cuando estuvo cerca, Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por tí?». Él dijo: «¡Señor, que vea otra vez!». Jesús le contestó: «Recobra la vista, tu fe te ha curado». Enseguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios».
¡Cuántas veces podemos ser cada uno de nosotros ese pobre ciego que está al borde del camino pidiendo limosna!. El ciego del Evangelio grita fuerte a Jesús a pesar de que quieren impedírselo.
Mientras que en sus ojos reinaba la oscuridad, en su corazón brillaba la luz de la fe. Y esta luz termina ahogando las tinieblas y llega también a iluminar los ojos.
En medio de las oscuridades, de la necesidad y de la impotencia, grita tú también fuertemente a Jesús.
Él es la luz que brilla en las tinieblas y que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.
Nunca podrán las tinieblas vencer su luz.
Y no grites sólo para que ilumine tus propios ojos y tu propio corazón.
Grita también con fuerza para que ilumine tantas situaciones oscuras en las que viven tantas personas que existen en nuestro mundo.
¡Tú, que recibes la luz de Cristo, sé también luz para el mundo! Buenos días.
Antonio Sanjuán, cmf