«He venido a prender fuego en el mundo, ¡ojalá estuviera ya ardiendo!».
Jesús fue el primero que hizo arder este fuego del Evangelio en el mundo.
Y después de Él, hasta nuestros días, otros muchos de sus seguidores han seguido prendiendo este fuego y han hecho posible que a lo largo de la historia el fuego que trae el Evangelio no se extinga.
Pensemos que tantos hombres y mujeres a los que podríamos llamar «hombres y mujeres de fuego».
Hombres y mujeres abrasados en el amor de Dios que prendieron el fuego de este amor de Dios en todo lo que hicieron y en todo lo que vivieron.
El fuego quema, purifica, alumbra, calienta, contagia con su llama todo aquello que toca. El fuego no para, tiende a expandirse, hacerse fuerte hoguera.
Pide esta gracia al Señor: que como Jesús y como tantos hombres y mujeres en la historia del cristianismo seas también persona de fuego.
Que prendas del fuego del Evangelio todo aquello que toques.
Buenos días.
Antonio Sanjuán, cmf