Retomamos nuestra sección «Sin Periferias». Este curso hemos preparado una serie de artículos que creemos que os resultarán muy interesantes.
Hoy os traemos nada más y nada menos que la experiencia de una persona no creyente. Para nosotros, los que nos llamamos cristianos, el mundo de la indiferencia religiosa o la increencia (ateísmo, agnosticismo…), también se convierten en una «periferia» ante la que nos situamos no pocas veces con prejuicios o respuestas a la defensiva o desde el dogmatismo o la minusvaloración. Sin embargo, todos conocemos personas que se declaran no creyentes y, sin embargo, nos dan «mil vueltas» en humanismo, compromiso, solidaridad y muchas cosas más. Hemos de dar pasos, pues, para vivir también la fraternidad con todos ellos e, incluso, aprender de sus opciones y valores. Y para acercanos a esta realidad, comparte con nosotros su reflexión Gustavo Gómez, granadino de adopción, aunque natural de Cúllar (Segovia), periodista y Director de la Agencia Acento Comunicación, y buen amigo. Creo que os serán muy sugerente sus palabras.
Agustín Ndour
EN LOS ZAPATOS DEL OTRO
Creo firmemente que si venimos al mundo es para hacer el bien a los demás. El resto de desarrollos como ser humano debería estar supeditado a esa primera regla básica: ni un político que gana elecciones, ni un empresario que es un fiera en los negocios ni un gran artista me parecen ejemplares si son malas personas. O si sólo piensan en sí mismos. Me gusta mucho la frase de la Biblia: “Vomitaré a los tibios”. Porque somos ingente mayoría los que hacemos por los demás mucho menos de lo que deberíamos hacer, ese debería ser nuestro único Norte: cómo hacer más fácil la vida a los demás, especialmente a quienes lo pasan mal.
Así que, en el saco de mi gente admirada, meto a los que se ponen en los zapatos del otro. Y ahí, lógicamente, los hay creyentes y no creyentes. Pasa lo mismo en el otro saco, mucho más abultado, el de la gente que o bien no me aporta casi nada o bien detesto pq las considero malas personas.
La creencia en un Dios, por tanto, no define mi modelo de vida. Para mí no es una cuestión central la religión. Tampoco la demonizo ni la critico per sé, por supuesto. Faltaría más. Entre mis buenos amigos hay gente creyente y católica. Y admiro también a personas con mucha fe que llevan una vida de entrega a los demás absolutamente ejemplar.
Mi infancia y juventud estuvieron imbuidas de un catolicismo practicante dominante. Fue en las clases de Filosofía del instituto cuando empecé a cuestionarme mi fe y finalmente la perdí. No por ello he dejado de mantener relación con la Iglesia católica o con personas de otras religiones cuando hemos tenido que colaborar en alguna actividad de carácter social.
Por poner algunos ejemplos personales: Durante mi voluntariado en Perú trabajé con comunidades cristianas donde la religión se vive mucho más que en la mayoría de las sociedades occidentales. A mis tres hijos no les bautizamos al nacer pero cuando crecieron les hemos brindado la posibilidad de hacer la comunión, enfatizando que se trata de una preparación para tomar un sacramento, no para hacer una fiesta familiar ni tener regalos. Bueno, pues de los tres uno no quiso hacerla, otro sí y otro empezó pero lo terminó abandonando. Profesionalmente, como periodista, siempre intento proyectar el carácter social en mis trabajo. Así, uno de los proyectos más maravillosos que he acometido ha sido con mi querido amigo, y muy católico, Augustin N’dour. Tengo la suerte, eso sí, de estar casado con una mujer que opina y vive la vida con el mismo planteamiento.
En definitiva, yo no creo ni tampoco me interesan las creencias o no creencias de las personas. Me gusta compartir camino con quienes ejercen una vida de entrega a los demás. Son ellos quienes marcan mis coordenadas vitales y a los que me gustaría parecerme cuando sea mayor.
Gustavo Gómez