Sigue doliendo Melilla

Queremos compartir este documento super interesante, el suplemente del Cuaderno CJ número 230 de Cristianisme i Justicia:

El 24 de junio de 2022 pasará a la historia como un día infame. Esa mañana murieron decenas de personas (23 según datos oficiales, 37 según las entidades de la sociedad civil) y más de cien resultaron heridas, mientras intentaban atravesar las vallas fronterizas que separan Nador (Marruecos) y Melilla (España). Las imágenes de sus cuerpos amontonados, como si fueran animales, han quedado grabadas en nuestras retinas. Los videos que recogen la brutalidad y la indiferencia de la policía marroquí agitaron nuestra indignación.

Pasados unos meses del suceso, ofrecemos esta reflexión para hacer memoria de la barbarie y para ahondar en su significado. Fue un acontecimiento vivido con dolor, gestionado sin duelo, realizado con dolo y sostenido con dólares.

Con dolor

Ese mismo día, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, dijo que los migrantes actuaron «con violencia». Lamentable expresión carente del mínimo sentimiento que, en su comparecencia ante el Congreso de los Diputados en septiembre de 2022, repitió el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska.

Podrían haber dicho que el salto se produjo «con dolor», pero sus palabras fueron otras: «Con violencia». Bien mirado, quizá hay un punto en el que el presidente y el ministro tienen razón.

Los cuerpos doloridos de los migrantes golpeados, rechazados, muertos y amontonados vienen con mucha violencia en sus entrañas, en sus espaldas y en su piel. La mayoría procedía de Sudán. Llevaban en sus cuerpos –con dolor y con violencia– los zarpazos de la desigualdad y de la pobreza. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), más de 10,9 millones de personas en Sudán, cerca del 30 % de su población, sufre de hambruna extrema; un Sudán que ocupa el puesto 186 en la lista del Banco Mundial según su producto interno bruto (PIB): 486 $ nominales per cápita, frente a los 27 056 $ de España. En Sudán, la esperanza de vida al nacer es de unos 51 años; en España es de unos 81 años. La desigualdad es violencia, y también causa dolor.

El sociólogo noruego Johann Galtung ha subrayado la importancia de la violencia estructural para comprender los conflictos sociales y sus dinámicas. Está claro que los cuerpos de las personas que intentan cruzar las fronteras llevan mucha violencia incorporada. Vienen con dolor y con violencia que se acumulan por la miseria, por la guerra, por el hambre, por la enfermedad, por la falta de horizontes, por el mismo trayecto migratorio.

El «triángulo de la violencia» de Galtung incluye, junto a la violencia estructural y la directa, una importante e invisible violencia cultural. Constatamos con dolor que las personas provenientes del África negra sufren esa violencia en sus cuerpos racializados, a través de una combinación de xenofobia y aporofobia.

Sí, los inmigrantes vienen con violencia y con dolor.

Sin duelo

Vienen con dolor, pero no les permitimos elaborar el duelo. Según el psiquiatra Joseba Achotegui, el llamado «duelo migratorio» combina, al menos, siete duelos: por la familia y amigos; el idioma; la cultura; el estatus social; la tierra y las raíces; el grupo étnico de pertenencia; los riesgos físicos. Este último, el de los riesgos físicos, se hizo dramáticamente patente en la valla de Melilla. Hubo bastonazos, piedras, pelotas de goma, porrazos, gases lacrimógenos, patadas y empujones. Hubo también largos meses de supervivencia en el monte Gurugú, rodeados por el hostigamiento de las fuerzas de seguridad marroquíes. En muchos casos, hubo largos trayectos a través del desierto del Sahara y, antes, riesgos físicos en su propio Sudán de origen, lacerado por una guerra interminable. Todo eso, obviamente, causa dolor y pide elaborar el duelo.

En el caso de los fallecidos en la valla de Melilla, las autoridades marroquíes enterraron los cuerpos sin practicar autopsias, sin identificar a las personas, sin contactar con sus familiares, en fosas anónimas, sin plantear siquiera una posible repatriación del cadáver. Y qué decir de quienes, sencillamente, desaparecen en el mar o en el desierto, sin que se puedan recuperar sus cuerpos. Según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), desde 2014 los restos de al menos 21 240 personas que perdieron la vida en trayectos migratorios no han sido recuperados. Ante un cuerpo desaparecido, es difícil o imposible elaborar el duelo. Por eso, el reclamo está claro: cada persona migrante y cada familia tiene derecho a un reconocimiento personal y a un tratamiento digno.

Las políticas europeas dificultan que las personas migrantes y sus familias elaboren el duelo. Pero resulta que, además, bloquean que las sociedades europeas elaboremos nuestro propio duelo. En su famosa visita a la isla de Lampedusa el 8 de julio de 2013, el papa Francisco reflexionaba del siguiente modo: «¿Quién ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas? ¿Quién ha llorado por esas personas que iban en la barca? ¿Por las madres jóvenes que llevaban a sus hijos? ¿Por estos hombres que deseaban algo para mantener a sus propias familias?

Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de “sufrir con”: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar!». Necesitamos hacer duelo ante lo sucedido.

Con dolo

Nada de lo ocurrido en Melilla fue por casualidad. Todo ello se inscribe en una serie de decisiones que, durante décadas, han ido apuntalando la externalización del control de las fronteras y su militarización.

Por eso, junto con el dolor, sentimos indignación. Hay un dolor sin duelo, pero con dolo. La Real Academia Española indica en su Diccionario de la Lengua que dolo significa «engaño, fraude, simulación». El mismo diccionario recoge dos acepciones propias del ámbito del Derecho: «Voluntad deliberada de cometer un delito a sabiendas de su ilicitud» o «En los actos jurídicos, voluntad maliciosa de engañar a alguien o de incumplir una obligación contraída». En los acontecimientos de Melilla, hubo dolo porque tanto Marruecos como España tienen una obligación contraída al firmar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y ambos Estados actuaron con voluntad de incumplir tales obligaciones.

El día 24 de junio vimos «devoluciones en caliente» o, como dicen los gobiernos, «rechazos en frontera». El Tribunal Constitucional avaló, en noviembre de 2020, los rechazos en frontera, pero no en el caso de «grupos numerosos», y solo cuando exista «pleno control judicial» y en «cumplimiento de las obligaciones internacionales», algo que no sucedió en el caso de Melilla.

Fue tremendo observar cómo las fuerzas marroquíes entraban en territorio español para devolver a potenciales solicitantes de protección internacional, incluidos menores y personas lesionadas. No decimos que hubo dolo en el estricto sentido jurídico, pero sí afirmamos que, según el uso del lenguaje cotidiano, hubo algo muy cercano al dolo: voluntad deliberada de cometer engaño, fraude y simulación.

En el caso de la actuación marroquí, además, hubo algo parecido a la premeditación o la alevosía. Durante los meses de mayo y junio, se incrementaron las redadas de las fuerzas de seguridad marroquíes contra los campamentos de inmigrantes. Existen videos, distribuidos por el propio gobierno marroquí, en los que se muestra cómo la tarde del 23 de junio se produjo otra de esas habituales razias en el monte Gurugú. No puede extrañar que, exhaustos y perseguidos, cientos de migrantes intentasen forzar la valla. Ya conocemos el resultado, en forma de personas muertas y heridas, que recibieron un trato deshumanizador. En los días siguientes, unos 1300 migrantes fueron forzosamente alejados de Nador hacia zonas del interior de Marruecos. Otra dolorosa actuación con dolo.

Con dólares

Nada de lo anterior acontece debido a una maldad intrínseca de políticos o gendarmes. Más bien, es fruto de una visión que valora más la defensa de las fronteras nacionales que la defensa de los derechos humanos, que prima la integridad territorial de un Estado por encima de la integridad física de las personas. El acuerdo bilateral de readmisión de inmigrantes irregulares, firmado en 1992 entre España y Marruecos, abrió el camino para construir un modelo de militarización de las fronteras y de externalización de su control. Desde este enfoque, las personas que migran son meras piezas en el tablero de la geopolítica internacional, intercambiables en función de intereses de otro tipo. Triste pero cierto.

¿Cuál es la contrapartida? Sencillamente, dinero. Desde 2013, Marruecos ha recibido 342 millones de euros de la Unión Europea (UE) para frenar la inmigración irregular, 234 de ellos a través del Fondo Fiduciario de Emergencia para África. A mediados de agosto de 2022, la UE anunció que aumentará hasta 500 millones de euros la ayuda a Marruecos para el control fronterizo migratorio, un incremento del 45 % respecto al anterior periodo presupuestario. En conjunto, se calcula que, desde 2007, Marruecos ha recibido 13 000 millones de euros en ayudas europeas. Los dólares (aunque se paguen en euros) cierran el círculo que hemos visto: con dolor, sin duelo, con dolo.

Si bien es cierto que no opera en Melilla, conviene decir una palabra sobre la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (Frontex), puesto que desempeña un papel clave en la dinámica europea de control fronterizo. Creada en 2004 como un mero «asistente técnico», con un personal de 45 efectivos, Frontex se ha convertido en decisor y ejecutor del control migratorio europeo. En la actualidad, cuenta con 750 trabajadores y se prevé llegar a los 1000 efectivos para el año 2027. De manera semejante, Frontex ha ido aumentando su presupuesto: entre 2014 y 2020, su gasto acumulado ascendió a 1791 millones de euros (94 en el primer año, 345 en el último); pero el presupuesto aprobado solo para el año 2027 es de 1870 millones de euros. Dólares para cerrar fronteras.

Para concluir: el «efecto llamada»

Las vallas fronterizas militarizadas se justifican desde una estrategia de disuasión, para frenar el «efecto llamada». Sin embargo, la experiencia de las últimas décadas muestra que lo único que logra este planteamiento es alentar rutas migratorias cada vez más peligrosas, favoreciendo a las mafias que trafican con personas y generando mayor vulnerabilidad y más muertes. En contraste con ello, el grito de la valla de Melilla puede verse como un «efecto llamada». Es, en realidad, una llamada: nos llama a escuchar.

A responder. A ser responsables. A actuar. A derribar muros. A tender puentes. A vivir desde la hospitalidad y no desde la hostilidad.

 

Daniel Izuzquiza Regalado, SJ.

Miembro del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM)-España

 (FOTO: Vista de archivo de las vallas del paso fronterizo de Nador (Marruecos) con Melilla, zona de Barrio Chino. | EFE/María Traspaderne)

 

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